«Paz y bien». Así comenzó el joven fray Daniel, franciscano conventual, su testimonio en la vigilia Adoremos celebrada el pasado viernes, 5 de febrero, en la catedral de la Almudena. Un encuentro especial este de febrero porque cerraba una nueva edición de Luces en la ciudad. En esta ocasión no hubo visitas a las comunidades religiosas por la pandemia, pero los jóvenes se reunieron en sus parroquias en la misma tarde del viernes, antes de acudir a la catedral, para ver vídeos y leer cartas que les habían enviado los consagrados.
El joven fraile, que vive en un convento en Batán, quiso destacar cómo la pandemia, particularmente en los momentos más duros del confinamiento, les dio la oportunidad a los hermanos «de ser luz unos para los otros». No poder salir «nos ha ayudado a profundizar en nuestra relación fraterna», que es un elemento esencial del carisma franciscano, dijo, y sobre todo en un aspecto al que san Francisco daba mucha importancia, que es «el cuidado de los hermanos enfermos». De diez hermanos, siete pasaron el coronavirus; en los peores meses, la mitad de la comunidad estuvo confinada.
Dedicaron más tiempo a la oración y pusieron los medios necesarios para retransmitir no solo las Eucaristías sino también la liturgia de las horas y la adoración eucarística, «que son un tesoro». Porque en cuando se decretó el Estado de alarma, «lo primero que tuvimos claro fue que los fieles tenían que poder seguir participando de las celebraciones» y gracias esas retransmisiones online, una «mediación pobre» como la definió fray Daniel, mucha gente «ha podido mantener un cierto ritmo de vida espiritual o incluso profundizar» en ella.
También contó cómo frailes y voluntarios se organizaron para hacer listados telefónicos y poder estar en contacto con la gente de su parroquia, Nuestra Señora del Rosario, que tienen ecomendada estos franciscanos conventuales. Rápido se adaptaron igualmente a las reuniones online los grupos de jóvenes y mayores en una «tremenda creatividad que ha suscitado el Espíritu Santo», de la que se admiró fray Daniel.
Y, «por supuesto», la atención a los más necesitados. En un barrio con muchas familias con trabajos precarios, la pandemia las dejó en una situación devastadora. Así, en la parroquia estuvieron repartiendo 200 menús diarios que elaboraban los jóvenes estudiantes de una escuela de hostelería cercana. Una entrega que era también «ocasión de poder hablar con la gente y tener contacto humano», que tanta falta hacía, y «de ofrecer una palabra de aliento» a aquellos cuya necesidad iba más allá «de poder comer».
El arzobispo alerta de las fiebres que padece nuestro mundo
«Es verdad que hay luces en la ciudad», indicó el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, en la meditación que siguió al testimonio, y destacó, al hilo del Evangelio proclamado –la curación de la suegra de Pedro–, tres palabras «esenciales para ser luces»: cercanos, rehabilitados y liberados. Habló de un Jesús cercano, que mostró su amor a la suegra de Pedro, en cama con fiebre, y su intención de «poner fin a esta situación negativa, como quiere hacerlo con todos los hombres».
«Jesús siempre nos restaura lo que está enfermo en nosotros», añadió el arzobispo de Madrid, y subrayó que «en esa fiebre de esta mujer estamos, queridos amigos, representados todos nosotros». A veces, reconoció, «estamos incapacitados para vivir y para amar» porque «no dejamos que Jesús se acerque a nuestra vida». «En esa fiebre –continuó–, ¿no están representadas todas las dificultades personales que nos impiden a nosotros amar de verdad, entregar nuestra vida, no guardarla para nosotros mismos, darla?».
El purpurado reveló los padecimientos actuales de la fiebre de las ideologías, de la violencia, del sinsentido, de la soledad, de no saber qué camino elegir… «Cuánta fiebre padece nuestro mundo». También la indiferencia ante el hambre, la violencia, las guerras, las estructuras injustas o la marginación. «A ti y a mí nos ha elegido Nuestro Señor para que nos acerquemos a la gente», remarcó, y para ello es necesario vivir «una experiencia profunda abiertos totalmente a Nuestro Señor Jesucristo que nos toque el corazón, que nos cure».
En un mundo necesitado del «testimonio de nuestra vida», es importante «que de verdad el encuentro con Jesús, como esta noche tenemos nosotros, no sea un cuento». «Hoy somos llamados a escuchar […] las oscuridades, las postraciones que existen en nuestro tiempo, porque Jesús ilumina estas oscuridades, también en este tiempo de pandemia». Y para eso, igual que Jesús acudía a la oración, a «su relación profunda con el Padre», así nosotros, «para amar de verdad necesitamos encontrarnos con Dios», concluyó.
Infomadrid / B. Aragoneses