Ante el misterio de la encarnación, cuando va a comenzar un año nuevo, os quiero invitar a anunciar la novedad del Evangelio. En palabras del apóstol san Pablo, «desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo» (Ef 31-32). Por la pandemia afrontamos una crisis sanitaria, económica y social sin precedentes. ¿Seremos capaces de ser más auténticos en este año nuevo que comenzamos?
1. Pongamos a Dios y al hombre en el centro. No impidamos su diálogo. El pasado mes de marzo, en una impresionante imagen en la plaza de San Pedro vacía, el Papa nos habló del significado de la «tempestad» a través del Evangelio de Marcos (cf. Mc 4, 35-41). Es bueno hacerse la composición de lugar: atardece y Jesús invita a subir a la barca, a la Iglesia. Entonces y ahora nos invita a ponernos en marcha: «Vamos a la otra orilla», que es lo mismo que decir que vayamos a la misión. Como en el pasaje, con la pandemia se ha levantado una fuerte tempestad que amenaza con hundir la barca. Nos hemos dado cuenta de la vulnerabilidad que padece la humanidad; un virus nos ha puesto en crisis. Todo lo teníamos seguro, pues ahora no. La pandemia nos ha puesto delante de nuestra verdad. Habíamos dejado de dar protagonismo a Dios en nuestra vida. Creíamos que nos bastábamos a nosotros mismos y hemos descubierto que no, que cada día se hace más evidente la necesidad de Dios y de los demás.
En el año 2021 y en el contexto de esta pandemia y de la crisis que estamos viviendo y que afecta a todos en los distintos niveles de la existencia humana, hemos de insistir en ese sueño que el Papa Francisco nos propone en la encíclica Fratelli tutti. Hemos de «hacer de nuestra vida una hermosa aventura», ahondando en la dignidad de la persona y en la urgencia de que renazca el deseo de la fraternidad universal. Vivamos la aventura de la fraternidad, el sueño de una única humanidad y de la amistad social. Mantengamos viva la esperanza. Esto es imposible para los hombres, pero es posible si contamos con Dios. Nada nos puede quitar la esperanza en un Dios que sigue presente en nuestra historia concreta.
Estos días de Navidad lo hemos vivido con claridad: Dios se acerca a nuestra historia, se hace uno de nosotros y nos invita a acoger su amor. Acojámoslo como hizo nuestra Madre María cuando dijo: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Dejémonos envolver por su Luz como los pastores de Belén y, como san José, mantengamos viva la fe Dios. Nos sigue diciendo hoy lo mismo que en la tormenta dijo a los discípulos. «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Él «se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio, enmudece!”». Entonces, «el viento cesó y vino una gran calma». Y lo mismo que a los primeros discípulos, a nosotros también nos pregunta en estos momentos de la vida y en medio de la crisis: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
2. Vivamos la naturaleza de la Iglesia sin traiciones, eliminando las categorías de conflicto y división. ¿Qué sucede cuando vivimos la pertenencia eclesial en categorías de conflicto? Que ni expresamos que somos hermanos ni animamos a vivir como hermanos. ¿Qué nos pasa cuando situamos y dividimos a los cristianos y ponemos categorías como de derechas o de izquierdas, progresistas o tradicionalistas? Sucede que desnaturalizamos a la Iglesia y nos desnaturalizamos nosotros mismos como cristianos; pervertimos a la Iglesia y nos situamos enfrentados; no nos acogemos a la gran novedad que nos da y ofrece permanentemente el Espíritu Santo.
Hagamos un esfuerzo por entender y poner en práctica aquellas palabras de Jesús: «Id por el mundo y anunciad el Evangelio». La Iglesia tiene el mandato misionero y por ello el empeño de acercar la persona de Jesucristo a todos los hombres, en las situaciones en las que se encuentren. Dejemos que, como en Pentecostés, el Espíritu Santo sea quien haga escuchar en su situación real de vida, de cultura, de camino de conversión, el anuncio de Jesucristo.
Distingamos con toda claridad lo que es vivir una crisis y lo que es vivir en conflicto. En una crisis habrá más aciertos o menos, pero todos podemos buscar salidas juntos. Sin embargo, el conflicto siempre pasa por localizar culpables, acentúa los desprecios y banaliza las relaciones, pues promueve ese vivir con amigos a los que hay que amar y contra los enemigos a quienes hay que eliminar.
3. Estemos disponibles siempre para anunciar con alegría y valentía a Jesucristo en esta situación que vivimos. Imitemos a los apóstoles, que nunca se avergonzaron de anunciar el Evangelio. Lo consideraban la fuerza salvífica de Dios, tal y como nos dice san Pablo: «Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, primero del judío y también del griego». Qué hermoso es contemplar la vida de los primeros cristianos. Entendemos muy bien lo que provocaba entre las gentes el ver cómo vivían. Deseaban imitarlos. Y por eso era clave el compromiso de vivir cada día con más hondura en y a la escucha de la Palabra de Dios. Era acogida, meditada y traducida en la propia vida para cambiar el mundo con la fuerza del Evangelio.
Hay que descubrir que la fuente de la alegría cristiana está en la certeza de ser amados por Dios, amados por Quien tiene en sus manos todo lo que existe. Y nos ama a cada uno y a toda la familia humana con un amor apasionado, un amor que perdona. En estos días de Navidad hemos visto y experimentado en el misterio de Belén, en el Dios con nosotros y entre nosotros, hasta dónde ha llegado su cercanía a nosotros. Está claro que el espíritu misionero de la Iglesia no es más que el impulso de comunicar la alegría que nos ha sido dada sabiéndonos amados por Dios.
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid
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