Los jóvenes se reunieron el pasado 5 de marzo, como cada primer viernes de mes, en la catedral de la Almudena, junto al arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, para celebrar una nueva vigilia de oración Adoremos. En esta ocasión fue preparada por los residentes en colegios mayores en Madrid, que forman la llamada pastoral conjunta (colegiales, trabajadores y religiosos).
Algunos ofrecieron su testimonio de vida, como Jaime, de 20 años y estudiante de Ingeniería Aeronáutica. Residente del colegio mayor claretiano Jaime del Amo, el joven reconoció que «hasta hace poco yo era una oveja descarriada», pero hoy no tiene dudas «de quién es mi pastor».
El encuentro en el Camino de Santiago con el Cristo de Furelos (cuyo brazo derecho está descolgado de la cruz, tendido hacia quien lo mira) fue una auténtica revelación para él. Le faltaba decirle un sí al Señor que comprometiera su vida, y por eso su «verdadera conversión» fue pasar de una fe «pasiva» a una «generosa».
En un tiempo en el que «practicar la fe es casi un acto de rebeldía», aseguró, la receta «para que Jesús siga latiendo en nuestros corazones» es «la de siempre: fe, esperanza y caridad». Desde la fe «adquirimos el compromiso de reconocer a Dios»; desde la esperanza «nos fiamos de las certezas aun en tiempos convulsos», y desde la caridad «intentamos, con empatía, apreciar el valor intrínseco de las personas».
En esta línea se manifestó también Alejandro, residente del colegio de los agustinos, cuando explicó que «en un colegio mayor te cruzas con gente de todo tipo», y la fe «la vivimos pensando en el diferente, pensando en cómo ser más humano». «No perdamos la esperanza y sigamos el camino en estos tiempos difíciles», animó.
Un camino de fe que está recorriendo Nuria, otra de las jóvenes que ofreció su testimonio, en el colegio mayor Vedruna y que le ha llevado a «abrir la mente, abrir el corazón y abrirme a nuevas ideas». Gracias a ello, ha aprendido que «Dios no nos pide que aceptemos al otro, que toleremos al otro, sino simplemente que no haya otro».
El dinero como fin en sí mismo
Tomando como punto de partida la Palabra proclamada, cuando Jesús descubre el templo de Jerusalén convertido en un comercio, el cardenal Osoro explicó que Él no toleró «que se profanase el templo; Jesús no toleraba que se manipulase a Dios». Y por eso echa a los cambistas, a los comerciantes, pero no en un «acto de violencia», sino para devolver al ser humano «su libertad y su dignidad».
Los hombres que había en el templo estaban sedientos de dinero, algo que no es ajeno en la cultura de hoy en día en la que el dinero, en vez de emplearse para ayudar a las personas a crecer y a vivir, «se ha convertido en un fin en sí mismo, en un ídolo». La amenaza del mundo, «con su economía globalizada, es un deseo desenfrenado e imparable de comercialización». «Comerciamos con todo, hasta con nuestras vidas» dijo, pero «la vida es un regalo, es un don».
En un mundo que se ha convertido en un mercado, donde «todo se compra y todo se vende», Jesús entra en las vidas para «liberarnos de esta actitud» y para dar al hombre «la capacidad para poder establecer en este mundo su amor». Es el amor al que se refiere el apóstol Pablo, el que «disculpa sin límites, cree sin límites, aguanta sin límites».
Templos de Dios
«Jesús convierte al hombre en templo vivo de Dios […], en lugares de presencia de Dios». El hombre es templo de Dios, como san Pablo le recuerda a la comunidad de Corinto. Por tanto, «el verdadero lugar del encuentro con Dios no será un templo», sino el propio hombre.
Ya lo dijo san Agustín, recordó el cardenal, «el lugar del encuentro del hombre con Dios está en el mismo hombre, es el mismo hombre». Por eso el Papa invita a la cultura del encuentro «con nosotros mismos» y con Dios. Y de esto habla precisamente Fratelli tutti, subrayó el arzobispo, «de hacer siempre un lugar al otro, sea quien sea».
Hoy hay muchos templos de Dios profanados «en los países más empobrecidos de la tierra», en tantos «marginados y excluidos de nuestra sociedad», en «esos cristianos asesinados cruelmente por personas enloquecidas». Y en este punto el cardenal recordó la Noche de los Testigos, celebrada el día anterior en la catedral, en la que tres cristianos perseguidos ofrecieron sus testimonios.
«Os invito a que esta noche, con un gesto audaz, con un gesto provocativo, el mismo que Jesús hizo en Jerusalén: dejad que Jesús […] entre en vuestra vida». Porque así, «el hombre vive», concluyó.