En el inicio del curso 2022-2023, el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, anima a releer la parábola del hijo pródigo o, como a él más le gusta decir, del padre misericordioso. Su carta pastoral para este 2022-2023, que lleva por título A la misión: retornar a la alegría del Evangelio y ya puede leerse en PDF, tiene mucho también de la exhortación del Papa Francisco Evangelii gaudium; como expresa en la introducción, «se trata de que todos entremos con palabras, obras y gestos en la vida de quienes tenemos que evangelizar».
El purpurado completa así una terna nacida en la pandemia con una carta inicial, la del curso 2020-2021, titulada «Quiero entrar en tu casa». En ella animaba a la Iglesia a estar, como hizo Jesús con Zaqueo, a «acompañar en la vida cotidiana de la gente». En esa cercanía, el cristiano descubre la sed de Dios que hay en el hombre, y a su vez la sed que Dios tiene de cada uno. Esa fue la propuesta del curso pasado, con la carta «Dame de beber» en la que, como Jesús a la samaritana, el purpurado animaba a la diócesis a presentar al mundo el «don de Dios».
En el texto de este año, del que también se van a distribuir 20.000 ejemplares en papel, el arzobispo lanza un desafío misionero para encender el corazón de los que caminan en la fe: llegar a los bautizados que, como el hijo pequeño de la parábola, se fueron de casa, se alejaron del amor de Dios, y buscar a quienes no conocen a Jesucristo o que siempre lo han rechazado. «Quizá no supimos hacer presente el tesoro», reflexiona, que no es otro que «Dios mismo que me regala su amor y su gracia».
El cardenal Osoro invita a reflexionar sobre cómo vive cada uno la vida y cómo se acerca y acompaña a los hombres distanciados de Dios y de la Iglesia en las circunstancias concretas de su vida. «¿Cómo hacer posible que todos entiendan que nadie queda excluido de la alegría regalada por el Señor?». Hay una respuesta: seguir el ejemplo del padre de la parábola, que dio libertad a sus hijos, pero se mantuvo muy cerca de ellos en vida y corazón. La Iglesia «no puede dejar a nadie de lado y tiene que acercarse a todos».
«El ser humano anhela respuestas»
El hijo pródigo cree que va a encontrar en otro lugar «posibilidades mejores», sin darse cuenta de que la oferta del padre «está llena de plenitud». En el mundo real, esto lleva a una profunda infelicidad, que se da en edades cada vez más tempranas. De ahí que el purpurado incida especialmente en los jóvenes, aquellos que quizá se han educado con padres no practicantes y «no han tenido oportunidad de conocer mínimamente a la Madre Iglesia». El gran desafío es acercarse a ellos y «hacerles llegar la misericordia, la bondad y la belleza de Dios».
Hacerlo, además, en un mundo en el que «el ser humano hambrea sentido y anhela respuestas con sabor a infinito para la contingencia, el mal, la injusticia y la muerte». Hay una gran búsqueda espiritual y muchas ofertas en torno a tanta «clientela», «algunas con intereses espurios». Todo esto manifiesta, en palabras del arzobispo, «la urgencia que tiene la Iglesia de asumir la prioridad del anuncio del Evangelio».
El hijo pródigo, por su parte, supo dónde estaba su casa; la distancia nunca es absoluta porque el vínculo de la filiación divina no se pierde jamás, afirma el cardenal Osoro. También se supo pecador, y en este sentido, propone invitar «a levantarse a cada cual de sus postraciones», poniendo medios para que «el regreso sea sanador y reconciliador» y lleve a una vida llena de esperanza.
«No tengamos miedo»
«Nosotros, quienes anunciamos el Evangelio, podemos dar por supuesto todo, como el hermano mayor». El arzobispo pone el foco también en su carta en aquellos que viven su vida espiritual a medio gas, con mediocridad, «sin disfrutar intensamente de todo lo que Dios y la Iglesia nos ofrecen. Quienes «han perdido la capacidad para el asombro, la sorpresa y la gratitud». Como el hijo pequeño, el mayor también necesita el abrazo del padre. En el fondo los dos hijos de la parábola «no son tan diferentes el uno del otro». Uno se fue de casa; el otro, se resiste a entrar en ella.
«Los dos hermanos necesitan experimentar la alegría de estar en casa y disfrutar del padre». A ambos, el padre los quería sentar en el mismo banquete, una fiesta que expresa «la vida nueva en Cristo a la que somos convocados todos, con independencia de nuestra ubicación personal». Por eso, el cardenal Osoro concluye la carta con una invitación, que hace extensible a todos los creyentes y a las distintas realidades diocesanas: «No tengamos miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, a todas las periferias existenciales».