La iglesia de la Concepción Real de Calatrava (Alcalá, 25) acogerá el lunes 7 de noviembre, a las 19:00 horas, la presentación del libro Martirologio matritense del siglo XX. Volumen II. Los religiosos y religiosas martirizados en la diócesis de Madrid-Alcalá (BAC). Junto al autor, Miguel C. Vivancos, estarán el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro Sierra; el obispo auxiliar de Madrid monseñor Juan Antonio Martínez Camino, SJ; el presidente de CONFER centro, Aurelio Cayón Díaz, y la vicepostuladora de las Hijas de la Caridad, sor Ángeles Infante Barrera.
A continuación, a las 20:00 horas, se celebrará la Misa votiva de los mártires en la que se conmemorará el 86 aniversario del martirio de casi todos los santos y beatos mártires del siglo XX en España. Se hace allí porque, desde el domingo de la Divina Misericordia de 2015, el templo alberga el icono que representa a los santos y beatos mártires del siglo XX en Madrid.
Si el primer volumen, publicado en 2019, recogía las vidas de los 408 sacerdotes y 17 seminaristas víctimas de la persecución religiosa en Madrid, este perfila una panorámica semejante de las 107 religiosas y 554 religiosos asesinados. En total, 661, de los que 422 ya han sido beatificados —los últimos, los doce redentoristas, el pasado 22 de octubre en la catedral de la Almudena.
El libro es una sucesión de fichas de cada uno de los mártires, en las que se detalla el nacimiento, fallecimiento, sepultura, familia, vida religiosa, personalidad, martirio, canonización (estado del proceso), publicaciones del mártir y bibliografía utilizada.
Vienen agrupados por institutos religiosos masculinos y femeninos, y cabe destacar que tan solo 26 de ellos habían nacido en Madrid. Muchos eran originarios de las provincias de Burgos, León o Palencia, pero también había de Álava, Granada, La Coruña o Navarra. En algunos casos, los mártires no eran propiamente de la diócesis de Madrid, pero fueron asesinados aquí por diversas razones: se hallaban de paso, buscaban un refugio más seguro o fueron detenidos en otro lugar y trasladados para su muerte.
La inmensa mayoría de los restos mortales se encuentran sepultados en Madrid (otros fueron llevados a sus casa religiosas o sus cementerios municipales), aunque hay más de 200 cuyos cuerpos nunca fueron recuperados.
En cuanto a las edades de las víctimas, van desde los 16 años las más jóvenes a los 86 de la más anciana. 26 mártires pasaban de los 70 años; 41 no superaban los 20 años. Aunque hubo víctimas de todas las edades, el mayor número de coincidencias se dio en los 21 años.
Julio y agosto de 1936, los meses más mortíferos
Los reseñados «son hombres y mujeres que calificaríamos en su mayoría de personas normales», explica el autor en el prólogo, con sus virtudes, pero también con sus defectos, que los tuvieron. «Hay religiosos que eran simple y llanamente de carácter difícil», explica; otros tenían problemas constantes con sus superiores. Pero, en la inminencia de su muerte, «no hemos encontrado ni un solo caso de apostasía».
Ante el clima creciente de animadversión a la Iglesia y al clero, unos fueron más optimistas que otros, o más precavidos. Hubo quienes se proveyeron de cédulas de identificación en las que no constara su condición de religioso, se refugiaron en pisos propios o de alquiler y comenzaron a vestirse con ropa de seglar. Excepto sor Antonina, clarisa de 72 años, que se negó a quitarse el hábito y fue «de las pocas religiosas, si no la única», asesinada con él, tal y como recoge el autor en el libro.
Los primeros días del levantamiento militar fueron especialmente feroces. Innumerables conventos, casas religiosas y colegios fueron incendiados, saqueados y destruidos. Algunas comunidades habían abandonado ya las casas, otras fueron expulsadas y otras, directamente aniquiladas.
Al parecer, desvela Vivancos, la primera víctima de la persecución en Madrid fue el hijo del sacristán de San Ramón Nonato, un niño de 7 años asesinado a sangre fría tratando de ocultarse del asalto a la iglesia, el 18 de julio de 1936.
Aquel mes de julio, y el siguiente de agosto, fueron los más sangrientos, con más de 200 muertos; excepto el 26 de julio, no hubo ni un solo día de esos meses en que no hubiera asesinatos. Le siguen noviembre de 1936: solo las sacas de las cárceles a Paracuellos del Jarama supusieron 185 muertos, más otros 50 en diversos lugares. El 30 de noviembre cayeron 75 religosos, 51 de los cuales eran agustinos.
Del 18 de julio al 31 de diciembre de 1936 recibieron el martirio alrededor de 640 religiosos de ambos sexos, a los que se sumaron los más de 400 sacerdotes y seminaristas. En 1937 fueron asesinados aquellos que habían podido ocultarse por más tiempo, o quienes sucumbieron a las penurias y heridas provocadas por las torturas. En 1938, año en que la Iglesia en Madrid «seguía viviendo en las catacumbas», fueron asesinados tres religiosos.
Sobre los lugares del martirio —al margen de Paracuellos—, el autor explica que había algunos «preferidos»: si se trataba de grupos numerosos, los llevaban a las tapias del entonces cementerio del Este, hoy de la Almudena. También a la Casa de Campo y la pradera de San Isidro.
Mártires por congregaciones
Los mártires recogidos en el libro pertenecían a 21 congregaciones femeninas y a 27 masculinas. De las primeras, las Adoratrices fueron las que sufrieron más bajas (27), seguidas de las Hijas de la Caridad (15) y las Concepcionistas (14). También perdieron hermanas las Terciarias Franciscanas (10), Salesas (siete), Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús (cinco), Esclavas del Espíritu Santo y de la Caridad y Siervas de María (cuatro), Clarisas y Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor (tres), Jerónimas, Josefinas, Santos Ángeles Custodios y Trinitarias (dos), y Carmelitas Descalzas, Celadoras del Culto Eucarístico, Escolapias, Franciscanas de Nuestra Señora del Buen Consejo, Hermanas de María Teresa Siervas de Jesucristo, Hermanas Trinitarias y Reparadoras (uno). De todas ellas, 71 están ya beatificadas.
En cuanto a las masculinas, la congregación que más religiosos perdió fueron los Agustinos (103), seguidos de los Escolapios (47) y los Hermanos de San Juan de Dios (42). Junto a ellos, sufrieron también el martirio religiosos de los Dominicos y Hermanos de las Escuelas Cristianas (39), Paúles (33), Salesianos (32), Claretianos (24), Oblatos de María Inmaculada (22), Franciscanos (21), Jesuitas (19), Hermanos Maristas de la Enseñanza (18), Carmelitas Descalzos (14), Capuchinos, Mercedarios y Redentoristas (doce), Pasionistas (once), Carmelitas Calzados y Congregación de los Sagrados Corazones (diez), Amigonianos, Padres Maristas y Marianistas (siete), Benedictinos y Camilos (cuatro), Trinitarios (tres), Agustinos Recoletos y Jerónimos (uno). De todos ellos, 351 están ya beatificados.
En el prólogo de este segundo volumen del martirologio, monseñor Martínez Camino, SJ, deja abierta la posibilidad de un tercer volumen, el de los laicos, de los cuales hay ya 104 en diversas causas de canonización.