¡Qué fuerza tiene contemplar a la Iglesia como misterio de comunión! Es en y desde esa comunión donde se realiza y vive la sinodalidad. Esta comunidad que es la Iglesia, de la que somos parte, congregada por el Hijo de Dios que se hizo hombre, ha de vivir en la sucesión de los tiempos edificando y también alimentando la comunión en Cristo y en el Espíritu y haciendo un camino de vida juntos.
Viene a mi memoria alguien que me impresionó siempre cuando leí lo que había escrito: a finales del siglo I, el Papa san Clemente —que fue el tercer Sucesor de Pedro— nos cuenta sus esfuerzos para que la misión que Jesucristo les había encomendado siguiera después de su muerte. Os invito a contemplar a la Iglesia en su misterio y en su misión. ¡Qué belleza tiene verla a lo largo de los siglos orgánicamente estructurada, viviendo en medio del mundo como misterio de comunión y haciendo el camino del anuncio de Jesucristo en sinodalidad! De este modo, va reflejando el misterio mismo de Dios con consecuencias muy reales: nos obliga a salir de nosotros mismos, a no vivir encerrados, eliminando de nuestra vida la soledad y haciéndonos vivir desde ese amor que nos une a Dios y a todos los hombres.
Me ha gustado decir siempre que la comunión es esa buena nueva que nos ha regalado el Señor para eliminar de nuestra existencia toda clase de soledad, de encierro que nos lleva a vivir en el egoísmo y mirándonos a nosotros mismos. La comunión es una luz que hace posible que brille la Iglesia ante todos los pueblos y en todas las culturas. Qué fuerza tienen las palabras de san Juan cuando nos recuerda: «Si decimos que estamos en comunión con él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado» (1 Jn 1, 6-7). Contemplar a los apóstoles y a sus sucesores como custodios y testigos del depósito que el Señor entregó a la Iglesia, además de como ministros de la caridad, nos ha de hacer conscientes de que estas tareas son inseparables, van unidas. Verdad y amor son caras de un mismo don.
¿Dónde encontramos los elementos esenciales del concepto cristiano de comunión? Para mí aparecen en la primera carta de san Juan, cuando subraya: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida; pues la Vida se hizo visible, y nosotros hemos visto, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 3). ¡Qué palabras más bellas para incidir en que el punto de partida de la comunión está en la unión de Dios con Jesucristo y en que ello da una orientación decisiva al hombre! Es precisamente el encuentro con Jesucristo el que crea la comunión con Él y, en Él, con el Padre en el Espíritu Santo.
Cuando vivimos así, entendemos la palabras del Papa Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona [Jesucristo], que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). La evangelización de las personas y de las comunidades depende de ese encuentro con la Persona de Jesucristo. Para nosotros es esencial mostrarlo, acercarlo a otros, hacer posible que lo acojan en el corazón. Garantizar a los hombres la verdad donada por Jesucristo es la misión de la Iglesia a la que tú y yo pertenecemos por gracia de Dios.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid