Queridos hermanos y hermanas: al celebrar esta jornada de la Iglesia diocesana acogemos cuanto significa nuestra forma de ser y sentir esta que es nuestra gran familia, la de todos aquellos que hemos sido convocados a seguir a Jesucristo en este lugar concreto que es Madrid. Cada uno es llamado por el Señor a formar parte de ella desde el don del bautismo. Cada uno y cada una es un regalo que Dios nos hace, y es irreemplazable desde la propia vocación recibida, laical, consagrada o sacerdotal. Buscarla, ahondar en ella y desarrollarla en todos los espacios de la vida es la tarea que compartimos y que queremos responder cada vez con más fidelidad y en un renovado estilo sinodal.
Hemos sido llamados para hacer presente el evangelio de Cristo, que es quien de verdad da vida al mundo. De esta manera, la Iglesia madrileña, en cada una de sus comunidades, se convierte en un punto de encuentro en el que todos pueden sentirse acogidos, recibir la gracia de Dios y experimentar el abrazo del Padre que nos hace crecer en fraternidad. Y al tiempo cada comunidad es la puerta para entrar en toda la Iglesia, en su misterio y catolicidad. Sabemos que cada realidad no agota a la Iglesia, sino que es el lugar que abre a la grandeza de toda la familia eclesial, a la que todo el que se acerca a nosotros está llamado a acoger.
Todos hemos sido convocados a ocupar un puesto y un lugar. Nuestra Iglesia en Madrid siempre ha tenido esta vocación de ser constructora de la fraternidad que anuncia que el amor de Dios, manifestado en Jesucristo, abraza a todos.
No podemos olvidar que «todos» son también aquellos que por diversas razones se han alejado o no han podido vivir todavía la alegría del encuentro con el Señor. Como nos recordaba el santo padre en el discurso de acogida en Lisboa: «Hemos sido llamados porque somos amados. […] Somos llamados como somos, con los problemas que tenemos, con las limitaciones que tenemos, con nuestra alegría desbordante, con nuestras ganas de ser mejores, con nuestras ganas de triunfar».
Esto es una misión y también un reto, pues la diversidad, la rica vida eclesial, exige ejercicios y respuestas de comunión según el Espíritu Santo y no según otros actores.
Es por eso por lo que esta jornada se presenta de forma especial como una oportunidad para ahondar en nuestra vocación de per- tenencia a toda la Iglesia, de dar pasos nuevos de responsabilidad y también de sostenimiento a nuestras realidades concretas en todos los ámbitos, también en la comunión de bienes.
Necesitamos sentirnos una comunidad diocesana sostenida en fraternidad, donde cada miembro y cada comunidad se implica en la marcha del conjunto, tanto en lo material y organizativo como en lo económico y en lo pastoral. Es el ejercicio de la corresponsabilidad de tantos que sentís la Iglesia como vuestra y oráis, celebráis, trabajáis y la apoyáis en todas sus dimensiones diocesanas. Gracias por vuestra respuesta, pues es la que estos días celebramos en esta jornada.
Con tantos cristianos y cristianas corresponsables experimentamos que todos somos necesarios para seguir trabajando y respondiendo, para que la gracia y el amor de Cristo lleguen a todos.
Recibid mi cercanía, gratitud y afecto junto a mi bendición.
José Cobo Cano
Arzobispo de Madrid