Este sábado, 15 de junio, se cumplen 31 años desde que el para Juan Pablo II, hoy santo, consagrara y dedicara la catedral de Santa María la Real de la Almudena. Una jornada memorable, que aún perdura en la memoria de muchos. Sobre todo, de aquellos que vivieron ese día muy de cerca, y contribuyeron a que fuera una realidad, como el actual canónigo de la catedral, Jesús Junquera.
«Hay días en la vida que te marcan de una forma especial -explica-, sobre todo cuando eres consciente de que estás viviendo un momento histórico. En este caso, un momento histórico para mi querida diócesis de Madrid. Era algo añorado. Algo que todos, en el fondo, estábamos deseando y echando de menos: que Madrid tuviese su propia catedral».
«Yo, entonces, todavía estaba de párroco en Cristo Resucitado, pero formaba parte del equipo de ceremonieros de la diócesis. Por eso, mi cargo era hacer posible, con otros compañeros, que la ceremonia se pudiese desarrollar. Mi cometido principal era el de acompañar a los que, de una forma u otra, tenían una actuación concreta en la misma: ya fuesen los lectores, los que fueron llevando todo lo necesario para la bendición del altar, los seglares que después colaboraron vistiéndolo y adornándolo, y poniendo las velas… Todo aquello que tuviese un movimiento, estaba a mi cargo», confiesa.
Recuerda que «fue el papa Juan Pablo II fue el que quiso venir. El cardenal Suquía fue a visitarle, y el mismo papa le dijo que se había enterado de que de nuevo se habían reemprendido las obras para terminar la catedral de la Almudena, y que él quería venir a inaugurarla. Con eso, el cardenal Suquía llegó a Madrid e inmediatamente se puso en marcha toda la maquinaria para poderle recibir y, en un tiempo récord, hacer que la obra estuviese prácticamente casi terminada».
Y es que, comenta, «al templo le faltaban todavía muchas cosas. De hecho, los ensayos los tuvimos que tener en la capilla del Seminario, porque no se podía estar en el templo. El único ensayo que tuvimos dentro, lo hicimos con mascarillas, porque había un polvo enorme, debido a que unos días antes todavía estaban colocando el suelo. Eso hizo que todo fuese un poco más complicado, pero contribuyó a que lo viviésemos de una forma muy especial», asegura. «Todos los días previos -prosigue- fueron de preparación, y de muchos nervios, porque teníamos que asegurarnos de que no faltase nada. Eran muchísimas las cosas que había que preparar. Y todo ello hizo que formásemos un gran equipo y que de verdad lo viviésemos como algo central para nosotros y, por supuesto, para la diócesis».
«Tengo muchos recuerdos -asegura-. Muchos recuerdos. De cuando comenzamos con los preparativos, ver lo difícil que era… Complicaciones impensadas, como cuando llegué y descubrí que de la noche a la mañana me habían cambiado las credencias de sitio, y tuve que dar la vuelta a los esquemas para ponerlos de otra forma… Son muchos recuerdos -insiste-, de los buenos ratos compartidos, pero con la ilusión de estar viviendo algo excepcional e histórico. Recuerdo, por supuesto, la llegada del Santo Padre: nos saludó a todos antes de entrar a la sacristía, y eso hizo también que para nosotros tuviese un sentido muy especial; nos sentimos agraciados en ese momento, al poder estar en aquel lugar. Todo esto te impacta y te emociona. Incluso después de 31 años, te hace pensar qué felicidad y qué don de Dios fue haber podido vivir aquel día, y los previos, de preparación… Un recuerdo muy emocionante fue el traslado de la Virgen de la Almudena desde la colegiata de San Isidro hasta la catedral, unos días antes, en una gran procesión. Fue verla entrar en el templo, y pensar: ya está, ya tiene casa en Madrid otra vez. Y eso te llega al corazón, muy hondo», remarca.
«Hoy -afirma- la catedral sigue siendo para Madrid el centro de los que vivimos nuestra fe. En ella está la cátedra del obispo, que nos guía. Y sigue convocando, y cumpliendo una gran misión, que es que la diócesis nos reunimos en ella, como una gran familia, en torno a nuestro obispo, y presididos también y bajo el manto de nuestra Madre y Patrona de la Almudena. Por eso, este día lo celebramos siempre con gozo. En nuestra liturgia hay una celebración especial siempre para recordar la dedicación del templo. Nosotros siempre celebramos esa Eucaristía, recordando ese día, que fue de gran importancia para Madrid, y que será siempre un recuerdo imborrable para todos aquellos que obtuvimos la suerte de poder asistir», concluye.