Hay expresiones en el Evangelio que tienen una carga de profundidad tan grande y tan especial que es preciso volver a ellas y ver la llamada que nos hacen y la actualidad que tienen para nuestra vida. Por ejemplo, como escuchamos el domingo pasado: «Ha llegado la hora». Como subraya el Papa Francisco en Evangelii gaudium, «con Jesucristo siempre nace y renace la alegría […]. El gran riesgo del mundo actual […] es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada».
Sí, «ha llegado la hora» de que respondamos a los interrogantes profundos que tienen los hombres y a los que nuestra sociedad da respuestas confusas y ambiguas. «Ha llegado la hora», sí, pues están diciendo de formas muy diferentes «queremos ver a Jesús», es decir, «deseamos la paz», «deseamos vivir en fraternidad», «buscamos la justicia», «queremos vivir en la verdad». «Ha llegado la hora» de recordar que «Dios ha creado a todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos» (Fratelli tutti, 5). En todas las latitudes de la tierra hay hambre de algo más hondo y más profundo, tanto en las llamadas sociedades del bienestar como en aquellas donde la pobreza alcanza a millones de seres humanos. «Ha llegado la hora»: aquella a la que Jesús se refería cuando iba a dar la vida por los hombres. Es la hora del Amor, de la manifestación del Amor más extremo, el que tiene rostro y modo en Él.
A cada uno de nosotros se nos puede preguntar: «¿Sabes que es tu hora?». «Ha llegado la hora»: la hora de la entrega total, de la defensa de la vida, de dar la vida, de despertar a todos los hombres a la vida y no a la muerte. En Jesucristo se nos revela el «deseo mundial de hermandad». «Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos» (Fratelli tutti, 8).
La expresión «ha llegado la hora» también me recuerda y remite a esa expresión que el Papa Francisco nos regaló en la Evangelii gaudium: «la Iglesia en salida». Una Iglesia que convoca a los hombres, que se acerca a todos por los caminos por los que van; una Iglesia que desea acercarse a quienes se encuentran fuera de ella y la ven como algo extraño o no tienen noticia de qué hace ni de la misión que tiene. Una Iglesia en salida es la que hace posible que se perciba nuestra presencia en el mundo. Y la nota más importante de esa presencia es que atrae. Hay una noticia importante, que llena nuestra vida y nos impulsa a acercarnos a los demás.
La Iglesia tiene que anunciar a todos los hombres que «ha llegado la hora». Tiene que ser joven en este anuncio. Con una historia de siglos en el anuncio de Jesucristo, siempre es joven. Se está renovando permanentemente. Es joven porque vuelve siempre a su amor primero, a lo esencial de su amor primero que es el mismo Jesucristo. La Iglesia permanece en su juventud cuando se pone a la escucha de la Palabra de Dios, cuando recibe la fuerza de esa Palabra, de la Eucaristía, de la presencia de Cristo, del Espíritu Santo que la acompaña y la dirige. ¿Os habéis dado cuenta de cómo la Iglesia pierde el entusiasmo? Cuando no escucha la llamada del Señor. ¡Qué entusiasmo ofrece la Iglesia cuando se hace más testimonial, cuando se pone cerca de los últimos y descartados, cuando lucha por la paz, la justicia o el amor entre todos los hombres! La Iglesia ha de ser, en nombre de Jesucristo, espacio de diálogo y testimonio, espacio de una fraternidad que fascine a quienes se acerquen a ella porque, entre otras cosas, llega al corazón de un modo incisivo y fecundo.
«Ha llegado la hora» de mostrar la persona de Jesucristo, con obras y palabras. La Cuaresma que ahora termina es un tiempo propicio para verificar en nuestra vida esta propuesta:
Superemos divisiones y favorezcamos la paz y la comunión entre todos los hombres. Busquemos las raíces que son comunes. Alegrémonos en la diversidad. Trabajemos juntos para superar rupturas, para buscar la comunión. Nunca nos cansemos de buscar el bien, el amor, la justicia o la solidaridad, pues no se alcanzan de una vez para siempre, sino que las tenemos que buscar con constancia. «Ha llegado la hora», la hora del Amor, la hora de vivir la dimensión comunitaria en la búsqueda de la dignidad de las personas con todas las consecuencias. Hacen falta seres humanos que se pongan a cuidar el mundo que nos rodea y contiene, convencidos de que eso es cuidarnos a nosotros mismos, y sin hacer descartes de nadie, seguros de que toda persona es un valor primario que se respeta y ampara.
Promovamos y respetemos los derechos humanos. Respetar los derechos humanos es una condición previa para el verdadero desarrollo. Basta mirar nuestra realidad para ver que en nuestro mundo hay muchas formas de injusticia. Quizá tenemos que preguntarnos por qué. La respuesta no es sencilla, pero es verdad que en general responden a visiones antropológicas reductivas y también a un modelo económico basado en las ganancias a costa de lo que sea. Ciertamente esto mata al ser humano. La raíz está en la concepción que tengamos de la persona humana, pues si se la trata como si fuese un objeto, las consecuencias son inmediatas. Jesucristo nos presenta otro modelo: es la hora de vivir con el Amor mismo de Dios manifestado en Él.
Desde el momento en que no entendemos a la persona como creada a imagen y semejanza de Dios, la privamos de libertad, la mercantilizamos y la reducimos a ser propiedad de otro. Es terrible comprobar las redes criminales que utilizan las modernas tecnologías para embaucar a muchos jóvenes y niños en todas las partes de la tierra, a mujeres sometidas y luego forzadas hasta el aborto… No podemos buscar la estabilidad y la paz o la fraternidad entre los pueblos a base de falsas seguridades basadas en el miedo y la desconfianza. En nombre de Jesucristo deseamos proclamar con fuerza su mismo anuncio: «Ha llegado la hora». Hay que promover y establecer en este mundo la pedagogía del buen samaritano. Toca entregar y regalar el Amor mismo de Dios a todos los hombres, cuidarnos los unos a los otros. Es la hora del cuidado.
Apostemos por la pedagogía del buen samaritano. Como nos reveló Jesucristo, cuando veamos que se discute o hiere la dignidad de otra persona, no nos desentendamos, detengámonos a atenderla con todas las consecuencias. «Ha llegado la hora» de presentar a Jesucristo y su manera de entender al ser humano y de atenderlo. «Ha llegado la hora» de que nos preguntemos: «¿Dónde está mi hermano?». No importa si mi hermano es de aquí o de allá, si es de esta raza o de otra, si cree en esto o en aquello; lo más importante es que yo no me olvide de lo que me enseña Jesucristo, que es saber de amor, de compasión y de dignidad.
La pedagogía del buen samaritano nos lleva a tomar una opción de fondo, no de formas, que construye este mundo que nos está doliendo tal y como está. «Ha llegado la hora» de definirse: de decir no a la indiferencia, de no permitir que nadie quede a un lado del camino, de no hacer nada que paralice la fraternidad humana, de ponernos en el camino de la inclusión, que se da en el tú a tú, en los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos… «Ha llegado la hora» de tocar y curar heridas en concreto, con el mismo amor de Jesús. Esta pedagogía pasa por:
1. Entrar en el camino por el que van los hombres.
2. Si hay alguien tirado, apaleado, derrumbado, que no se le reconoce su dignidad, acercarnos a él.
3. Arrodillarnos ante él: es una imagen de Dios que se quiere destruir.
4. Darle los primeros auxilios, curarlo y vendarlo.
5. Tomarlo en nuestras manos y levantarlo.
6. Prestarle nuestra cabalgadura e ir nosotros a su lado.
7. Buscar un lugar para que se rehabilite.
8. Encargarnos y estar atentos a su recuperación, no desentendernos de él.
9. Hablar con quienes lo atienden.
10. Volver a verlo cuando se haya recuperado y buscarle salidas.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid
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