El 22 de febrero de 1997, en la fiesta de la cátedra de san Pedro, Carlos Osoro Sierra se convirtió en obispo de Orense, nombrado por san Juan Pablo II. De ahí pasó, también de la mano del Pontífice polaco, a pastorear la archidiócesis de Oviedo en 2002. Luego vinieron las archidiócesis de Valencia, en 2009 por decisión de Benedicto XVI, y la de Madrid, en 2014, ya con el Papa Francisco. 25 años después de su ordenación episcopal, este martes, la catedral de Santa María la Real de la Almudena ha acogido una Misa de acción de gracias.
«Con todos los límites que tengo, los que me veo yo, pero seguro que vosotros veréis muchos más –ha arrancado el arzobispo de Madrid–, he intentado confesar con todas mis fuerzas en el gozo del Espíritu Santo que “Cristo ha resucitado verdaderamente y que en su humanidad glorificada ha abierto el horizonte de la Vida eterna para todos los hombres”».
En su homilía, el purpurado ha querido recordar al obispo que lo ordenó sacerdote en su natal Santander, monseñor Juan Antonio del Val, quien, «con su humanidad fraguada en la comunión con Nuestro Señor Jesucristo» y con su «sacrificio y entrega total», le hizo ver que la Iglesia es «casa y escuela de comunión y misión». A su lado, tal y como ha rememorado, fue vicario general y rector del Seminario, hasta que fue enviado a Orense.
Acto seguido, ha ido repasando con cariño y agradecimiento las distintas diócesis por las que ha pasado. En Orense encontró una «una familia» y aprendió a ser obispo; en Oviedo vio «las entrañas de la dignidad del ser humano» y experimentó cómo la Santina ayuda a «agrandar el corazón»; en Valencia vivió «años felices» y percibió la necesidad de «entrar en la nueva etapa de la historia que la Iglesia tiene que emprender por fidelidad a su misión»… y ahora, en Madrid, ha sentido la invitación a «seguir construyendo la cultura del encuentro», a «avivar cada día con más fuerza y energía la comunión» y a vivir «la misión».
El servicio de sacerdotes y vida consagrada
El también vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española también ha tenido palabras de agradecimiento para los sacerdotes, religiosos y laicos que abarrotaban el templo. Así, ha empezado valorando al presbiterio diocesano porque «vivís comprometidamente en el servicio de todos los hombres, con una preferencia por los que son más débiles y enfermos». «Admiro vuestra generosidad y tenacidad. Necesito ser fortalecido por vuestra fe, paciencia y ecuanimidad», ha aseverado, antes de pedir a los «hermanos sacerdotes del Ordinariato para los fieles católicos de ritos orientales» que sigan «alentando a los hermanos a vivir la fe y a mostrarla con la vida».
También ha reconocido que los seminaristas son «esperanza para este pueblo y para la Iglesia» y les ha animado a «vivir ya desde ahora en la comunión»; ha recordado a los misioneros que «expresáis que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica», y ha señalado, en relación a la vida consagrada, que «con vuestras vidas y vuestras obras colaboráis a que Cristo sea conocido y amado».
Una presencia viva de los laicos
En esta línea, el cardenal Osoro ha alentado a los laicos y a las familias a «tener una presencia viva y activa en medio del mundo, sin disimular ni esconder que sois cristianos». «Mostrad con vuestro testimonio público el aprecio que los discípulos de Cristo tenemos a la vida desde su concepción hasta su término, el amor a la familia cristiana que encuentra el icono donde mirarse en la familia de Nazaret…», ha añadido, incitando también a sumarse a «las causas humanitarias» y a involucrarse en «la vida económica, social, cultural, política» con «el humanismo verdadero que nos entrega Jesucristo».
El arzobispo ha terminado encomendado a todos los presentes a la patrona de Madrid, santa María la Real de la Almudena, a quien también ha elevado una oración por el cardenal Carlos Amigo, arzobispo emérito de Sevilla, que ha tenido que abandonar la celebración en camilla tras sufrir una caída y romperse la cadera. Entre los concelebrantes han estado también los cardenales Antonio María Rouco Varela, Baltazar Porras y Aquilino Bocos; el nuncio de su Santidad en España, monseñor Bernardito Auza; una nutrida representación de obispos, entre ellos los auxiliares de Madrid; el Consejo Episcopal, y numerosos sacerdotes. Entre las autoridades civiles y militares, la presidenta de la Asamblea de Madrid, Eugenia Carballedo.
Un pectoral con la Almudena y una carta del Papa
En nombre de la diócesis, el vicario general, Avelino Revilla, ha pedido al Señor que «bendiga» al arzobispo y «le conceda la gracia de perseverar en su ministerio, y así pueda servirle como el Señor nos pide: cuidando de los más necesitados, viviendo en comunión plena con la fe de la Iglesia y tratando de imitar, en todo, su vida para el bien y salvación de todo el pueblo de Dios». También ha subrayado, como tantas veces ha hecho el propio cardenal Osoro, que «es un gozo poder conocer a Cristo y hacer del Él el modelo de nuestra vida».
Revilla le ha entregado, además, un pectoral con la imagen de la Almudena. «Se trata de un sencillo pectoral en el que están unidos la imagen de Nuestro Señor Crucificado, signo de nuestra fe y salvación, y la imagen de la Santísima Virgen María, bajo la advocación de la Almudena, para que siempre pueda portar en su pecho a quiénes usted sabe que siempre le guardan en su corazón. El pectoral recoge también una reliquia de san Pedro Poveda, que expresa vivamente su devoción por este gran pastor de almas que ha sido siempre para usted abogado intercesor de sus plegarias y un claro ejemplo de quien ha seguido a Cristo hasta el derramamiento de su sangre».
Para concluir, el canciller-secretario del Arzobispado, Alberto Andrés Domínguez, ha leído una carta del Papa Francisco, que traslada su oración por el arzobispo y por la archidiócesis de Madrid. «Nos congratulamos por su solicitud en el anuncio evangélico, testimoniado con las obras, mediante un ministerio incesante y ferviente por Cristo, con Él y en Él, con el que se ha esforzado en hacer crecer a la Iglesia, constante y confiadamente, presidiendo al pueblo santo en el amor, alimentándolo con la Palabra y fortaleciéndolo con los sacramentos».