Ahora que el curso escolar ya ha echado a andar y los niños y jóvenes ya se encuentran inmersos en sus clases y tareas, me parece oportuno volveros a hablar sobre la familia y la educación. Todos los padres deseáis lo mejor para vuestros hijos, tengan la edad que tengan. Os ocupan y os preocupan no únicamente los conocimientos que les entregan, sino también cuáles son los valores que reciben, la manera y el modo de desarrollar su camino, de crecer como personas armónicamente en todas las dimensiones de sus vidas… No olvidéis a Dios en este proceso educativo de vuestros hijos; hacedlos felices, llenad todas las dimensiones de su existencia de sentido.
A lo largo de los años, en los diversos lugares en los que he estado como pastor, he podido comprobar que la tarea que los padres asumís con más responsabilidad es la educación de vuestros hijos. Sentís una responsabilidad especial y, por ello, es normal que os resuenen preguntas como estas: ¿cómo educar?, ¿qué tenemos que transmitirles?, ¿los ayudamos a descubrir todas las dimensiones de su existencia? No seáis torpes y no olvidéis la dimensión religiosa. El domingo pasado escuchábamos al grupo de leprosos que gritaban a Jesús: «Ten compasión de nosotros», cúranos, haznos dejar atrás aquello que nos impide sentirnos hijos de Dios y hermanos…
Hoy se abre una brecha entre la familia y la sociedad, entre la familia y la escuela. ¿Se ha roto el pacto educativo? ¿Se rompió la alianza educativa entre la sociedad y la familia? Hay algo que a mí personalmente me preocupa: que por encima de los padres se pongan otros en los aspectos más íntimos de la educación: vida afectiva, personalidad, desarrollo integral, derechos y deberes, objetivos, motivaciones y técnicas, contar con Dios en el desarrollo como personas… ¿Qué hacen los padres entonces hoy? Escuchar, aprender y adaptarse. Si existe algún problema o una situación que no es corriente, se busca la ayuda a los expertos, a veces en los aspectos más delicados y personales. Y todo esto puede llevar a los padres a excluirse de la vida de sus hijos.
El derecho a la educación se asegura siempre respetando y, diría aún más, reforzando el derecho primario de las familias a educar, pero también el derecho de la Iglesia y de otras agrupaciones a sostener y colaborar con las familias en la formación y educación de sus hijos. La educación integral de los hijos es un derecho primario de los padres. ¡Qué belleza tiene una familia que nunca renuncia a ser sostén, a acompañar, a generar procesos de maduración de libertad en sus hijos, a capacitarlos para vivir en estos momentos y en estas circunstancias, a crecer en todas las dimensiones de la vida, sin cercenar ni olvidar ninguna!
Queridos padres, si lográis ofertar esta educación a vuestros hijos, no tendréis que preocuparos permanentemente por dónde están porque tendrán los elementos necesarios para vivir siempre su existencia. Les habréis ofrecido convicciones, un sentido existencial, un proyecto de vida… Todos debemos ayudar a reconstruir un pacto educativo, como tantas veces ha subrayado el Papa Francisco, y en el cual hay que incluir necesariamente a la familia.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid