El lunes pasado estuve en la cárcel de Soto del Real recibiendo la cruz de la JMJ y ofrecí a los internos una catequesis sobre el pasaje del Evangelio de san Juan en el que Jesús, ya en la cruz, nos hace el regalo de darnos a su Madre como Madre nuestra, a través de las palabras que dirige al apóstol Juan. En esta línea, con nuestra Madre María presente, deseo hablaros de ese amor que Jesús muestra y nos regala en la cruz. Estamos hechos para amar: sabemos que el amor da vida y vence a la muerte. ¡Qué importante es tener esas medidas de un amor sin medida que nos ofrece Jesucristo! En un mundo donde hay tantos conflictos, que parece que en muchas ocasiones ha tomado la decisión de abandonar el amor y de elegir como destino la muerte, es necesario y urgente mostrar que ese amor cambia la vida cuando lo acogemos. Tomando ese camino, nadie sobra y todos nos necesitamos: no hay otros, sino que hay un nosotros.
Jesucristo nos manifiesta en su vida qué es el amor y nos da a conocer las consecuencias que tiene acoger y vivir de y en su amor. Somos amados para amar. Cuanto más recibamos el amor de quien nos ama de verdad y sin condiciones, más estaremos preparados para regalar este amor. Y así emergen tres tareas: caminar, edificar y confesar.
Nuestra vida es un camino, pero el camino no se hace de cualquier manera; es un camino de amor. Para recorrerlo tenemos un Maestro excepcional. Sabemos que el amor de Dios está en el origen de todo lo creado. Dios crea al ser humano por amor y lo hace a imagen suya («a imagen de Dios nos creó») para que amemos con su mismo amor. Tenemos que dar gracias al Señor porque nos ha enseñado que el amor es ponerse en camino. Sí, hay que caminar con seguridad, con fortaleza y con fuerza. Hemos de salir con valentía. Hemos de salir de nosotros mismos e ir siempre a los demás.
Entremos por unos momentos en la vida de nuestra Madre. Cuando la Virgen acepta ser Madre de Dios y dar rostro humano a Jesucristo, al Amor, hay una reacción espontánea en Ella: se pone en camino para ir a visitar a su prima Isabel, para encontrarse con ella. Cuando es acogido, el amor nos impulsa a contagiarlo, a darlo, a hacérselo experimentar a los demás… En el encuentro de María con su prima Isabel se percibe a quien es el Amor en el vientre de María. Esto llena de alegría al niño de Isabel que aún no había nacido: «Saltó de gozo en su vientre». Y por otra parte, lleva a Isabel a reconocer que lo más grande en la vida es tener a Dios, contar con Dios, construir la vida desde y buscando la voluntad de Dios. Qué palabras más bellas pronuncia: «Dichosa tú que has creído que lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
En este sentido, salimos al camino para edificar. El título de María como Madre de la Iglesia nos muestra que hemos de ser piedras consistentes, piedras vivas, piedras ungidas. Tenemos la vida del Señor por el Bautismo. Hemos de ser coherentes con la vida que por gracia hemos recibido. Lo mismo que Dios nos salvó haciéndose pequeño, cercano y concreto, así nos pide a todos los que somos miembros de la Iglesia que edifiquemos. ¿Cómo? Siempre desde la pequeñez y la sencillez, sin soberbia y sin aparentar, siempre en la cercanía a todos los hombres y en todas sus situaciones, pero siempre en concreto, como lo hizo el Señor estando en medio de nosotros. Se trata de edificar como tantos hijos e hijas de Dios a través de la historia: mártires que siguen haciendo resplandecer la fuerza inmensa que tiene el Evangelio; personas sencillas y también extraordinarias que supieron dar testimonio del amor de Dios en la vida concreta y en situaciones muy diferentes.
Si tuviera que señalar algunas características para hacer el camino edificando diría estas: hemos de ser hombres y mujeres de los pobres, con la confianza y la seguridad de que nuestra vida está puesta en el Señor; hombres y mujeres que construimos y contribuimos a la paz y que nos tomamos muy en serio la adhesión sincera al Señor, la custodia de la creación y la construcción de la fraternidad entre todos. ¿Por qué estas características? Porque estas se llevan a cabo cuando la historia más personal de nuestra existencia es la del amor, la del seguimiento de Jesucristo. Claro que tendremos decepciones e incertidumbres, fatigas y cansancios, pero nunca olvidaremos que nuestro camino para edificar es el amor. Y para hacerlo, la relación con Jesucristo tiene que ser permanente. No olvidemos a Jesucristo si queremos hacer camino y edificar; es clave nuestra relación con Él.
Por último, hemos de hacer el camino no solamente edificando, sino también confesando. La experiencia nos dice que podemos hacer muchas cosas, pero, si no confesamos a Jesucristo, todo es inútil. Quien nos da aliento, vida, dirección, fuerza y ánimo para amar es Jesucristo. Conocerlo, dialogar con Él, alimentarnos de su Vida, será lo que nos haga superar los mil obstáculos que se interponen en el camino y en la edificación. Mirando al mundo y a las relaciones humanas, observamos muchos fracasos del amor, pero hemos de tener la seguridad de que estamos hechos para amar, de que tenemos origen en el amor y estamos llamados a amar, nunca a atrapar al otro. Solamente Jesucristo nos hace capaces de amar siempre, como hicieron María y los santos.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid
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