La Real colegiata de San Isidro ha acogido esta mañana una solemne Eucaristía en la que han participado los obispos españoles presentes en Madrid para participar en la 121ª Asamblea Plenaria. La tradicional Misa del peregrino que se celebra todos los días de este Año Santo en el templo donde se venera el cuerpo incorrupto del patrono de Madrid ha estado presidida por el arzobispo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, cardenal Carlos Osoro, y emitida por TRECE.
Animada por el Coro de la colegiata de San Isidro, bajo la dirección de Helder Espinosa, la celebración ha comenzado con unas palabras de Luis Manuel Velasco, presidente de la Real Congregación de San Isidro de Naturales de Madrid, quien ha manifestado su agradecimiento al Santo Padre por la concesión de este tiempo jubilar, y al arzobispo de Madrid por su receptividad. En su intervención ha destacado la devoción popular a este santo madrileño, en todas las partes del mundo. Ha resaltado que, durante este año jubilar, han pasado por la colegiata más de 200.000 peregrinos de todos los lugares. Sin olvidar los frutos espirituales, así como el fomento del culto al santo y a su esposa. San Isidro, ha concluido, es «uno de los santos que más quiere el pueblo, que más ha arraigado en la piedad popular, en la historia, en la cultura y en las tradiciones de los pueblos».
«San Isidro vivió en diálogo permanente con Dios»
El arzobispo de Madrid ha comenzado su homilía expresando su agradecimiento «a todos los miembros de la Conferencia Episcopal Española que han tenido la deferencia de acercarse a esta colegiata y unirse a la Iglesia particular que camina en Madrid en este Año Santo de san Isidro» para dar «reconocimiento y entrada en vuestra vida a este santo de la puerta de al lado». San Isidro, ha explicado, era «un vecino de un Madrid muy diferente al que tenemos hoy, pero al que este santo le dio identidad cristiana, mostrando en y con su vida lo que es una familia cristiana, la dignidad del trabajo y la vida de caridad de la que fueron testigos los vecinos de su tiempo».
A continuación, ha resaltado tres realidades de la vida del santo: su fe, su esperanza y su caridad. Así, en primer lugar, ha dicho que san Isidro vivió «acogiendo el don de la fe» y siendo testigo de la Resurrección. El santo, ha apuntado, «llevó la novedad de Dios con obras a todos los que encontró por su camino». En segundo lugar, san Isidro vivió en esperanza, en diálogo permanente con Dios, a través de la oración. Para el arzobispo de Madrid, «la oración nos da salidas siempre» ante «todas las situaciones que podamos vivir. El diálogo con el Señor nos ofrece y da capacidades para mostrar que la desesperación, el apocamiento, el encerrarse en uno mismo, el no tener horizontes, nos encierra e incapacita». «Nos abre a la esperanza», ha insistido. En este sentido, ha señalado que tanto el santo como su mujer nunca dijeron «no puedo más». Una frase que «se pronuncia muchas veces en nuestra sociedad. El desesperado cuestiona también a Dios. Y una sociedad desesperada pone sus esperanzas en pequeñas cosas sin importancia». Pero, para san Isidro, ha afirmado, la esperanza siempre estuvo en Jesucristo. Y, en tercer lugar, ha recordado de san Isidro que vivió regalando el amor de Dios, desde la comunión plena con Él. Y, es que, «no hay otro camino para el encuentro con Dios: amar y dejarse amar».
Para el arzobispo de Madrid, el pueblo de Madrid se entusiasmó con el santo, y este marcó su vida, su historia y sus tradiciones, porque «cuando la altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, las personas entendemos que ese es el criterio decisivo para valorar positiva o negativamente la vida. Fue el amor al otro lo que hizo de san Isidro un santo del pueblo, el amor por el cual a uno le es grata la otra persona. El amor mueve a buscar lo mejor para la vida del otro, no excluye a nadie, construye una fraternidad y nos abre a todos».
Ha concluido su intervención pidiendo al Señor «que encontremos en Jesucristo, donde la presencia real se realiza en el misterio de la Eucaristía, ese amor que necesitamos para tener vida, y para vivir, no para nosotros mismos, sino dando vida a los demás».
Modelo de vida familiar
Antes de finalizar la Eucaristía, el cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la CEE, ha intervenido para señalar que san Isidro Labrador, junto a su esposa, santa María de la Cabeza «son hoy ejemplo de santidad en una vida sencilla transformada por la alegría de la Pascua» y que, «en una sociedad tan necesitada de modelos de vida familiar, san Isidro, junto con su esposa e hijo, se nos ofrecen como ejemplo concreto de familia que vive en el amor mutuo y en el amor a sus vecinos y a los más necesitados». Además, «en este tiempo necesitado de estímulo y ejemplo para los trabajadores, el santo labrador, patrono de los agricultores, se nos entrega como modelo de trabajo esforzado, responsable y confiado en la providencia del Padre».
Ha terminado pidiendo al santo su ayuda «ante las tribulaciones de este mundo: la polarización y la división, la falta de defensa de la vida en sus estadios más débiles, la pobreza que se hace crónica, una desigualdad que avanza, la precariedad laboral, la imposibilidad de muchos para acceder a una vivienda digna y formar así una familia, el aumento de la brecha salarial entre directivos y trabajadores». Todo ello, sin olvidar «el preciado don del agua para los campos: tú sabes bien la necesidad y la importancia que tiene para tanta gente en este momento».