En este comienzo de las vacaciones para muchos niños y jóvenes, comunidades parroquiales y comunidades educativas cristianas, con la ayuda de padres, educadores y voluntarios, ponen en marcha campamentos en los que se da una verdadera evangelización. En colonias y campamentos, en peregrinaciones, en lugares de misión… se convive, se reza, se trabaja, se comparte. Y se abre a los más pequeños a Dios y se les alienta a estar al servicio de los demás, a construir la fraternidad, a anunciar el Evangelio como testigos fuertes de Jesucristo. Estas tareas prioritarias marcan destinos, trabajos y compromisos; son un programa de vida.
Como sabéis, en Madrid estamos celebrando un Año Santo con motivo del 400 aniversario de la canonización de san Isidro. Nos estamos acercando a un hombre que, en su casa, en su familia, en su trabajo, anunció el Evangelio a todos. Su vida rebosaba de caridad, de amor de Dios que comunicaba a quienes a él se acercaban. También nosotros hemos de cumplir con el deber que, como miembros de la Iglesia, tenemos: ser mensajeros de la Buena Nueva de Jesucristo. A través de san Isidro se nos invita a vestirnos del hombre nuevo y a reconciliarnos con Dios y con los hermanos, a comunicar la Buena Nueva en estos momentos de la historia de la humanidad. La evangelización en esta nueva etapa es algo prioritario. Hemos de buscar por todos los medios el modo de llevar el Evangelio, el mensaje cristiano, a los hombres. Este mensaje puede dar respuesta a muchos interrogantes y, por ello, es bueno que niños y jóvenes se puedan acercar a él estas vacaciones.
Cuando veo a tantos sacerdotes y laicos, jóvenes y mayores, padres y madres de familia, prestando también su vida para pasar unos días al servicio de la comunidad cristiana, construyendo contextos de fraternidad, de comunión, de servicio, de entrega, de fiesta y compromiso, doy gracias al Señor por suscitar tanta creatividad en la vida de la Iglesia. Y también surgen en mí tres preguntas: 1) ¿Qué energía y qué fuerza tiene la Buena Nueva para sacudir nuestras conciencias y hacernos creativos en la misión?, ¿por qué?; 2) ¿Las tareas que hacemos nos transforman?, ¿formulan nuestras vidas de otra manera?, y 3) ¿Somos suscitadores de nuevos métodos que hagan que la proclamación del Evangelio alcance la vida de todo ser humano en la realidad que vive?
Me gustaría que este verano todos nos hiciéramos estas preguntas. Seamos humildes y valientes para responder. Volver a proclamar el gozoso anuncio del Evangelio, buscar y propiciar contextos en los que se pueda escuchar con claridad la propuesta de Dios a los hombres, es la gran misión que nos ha regalado Jesucristo a la Iglesia. Y más en tiempos como el nuestro. Se trata de anunciar el Reino de Dios, acoger la salvación liberadora que nos ofrece Jesucristo y que esta pueda ser recibida por todos los hombres como gracia y como misericordia, que podamos experimentar cómo cambia nuestra vida. ¡Cuánto disfruto estos días contemplando la creatividad de tantas parroquias que son capaces de ofertar la misión esencial de la Iglesia: la de evangelizar!
La Iglesia, nacida de la misión de Jesucristo, es enviada por Él al mundo; de alguna manera, es una nueva presencia de Jesucristo y está llamada a continuar la condición de evangelizador de Cristo. Gracias por el esfuerzo que hacéis por evangelizar, es decir, por llevar a todos los ambientes el anuncio de Cristo, transformando desde dentro a la humanidad. Gracias por buscar juntos el Reino de Dios, construirlo, vivirlo, sacar de las tinieblas y ayudar a contemplar la luz. Lo que hacéis no es decoración, es «transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación» (Evangelii nuntiandi, 19).
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid