Daniel Escobar, delegado episcopal de Liturgia, nos recuerda que el próximo 14 de febrero, «la Iglesia inaugura la Cuaresma, como tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua». Y, es que, «con el Miércoles de Ceniza se comienza desde hace siglos un período de cuarenta jornadas, al final de las cuales celebraremos la pasión, muerte y resurrección del Señor».
«La liturgia de este tiempo -explica- nos prepara y encamina gradualmente a la conmemoración anual de estos misterios mediante dos dimensiones principales: en primer lugar, la penitencial, cuyo máximo exponente lo vivimos en el rito de la bendición e imposición de la ceniza, y que está resumido en las dos fórmulas alternativas que se pronuncian acompañando ese gesto. La primera es “convertíos y creed en el Evangelio”, del primer capítulo de san Marcos que, por cierto, volveremos a escuchar este domingo, junto al relato de las tentaciones de Jesús en el desierto; la segunda fórmula, también de la Escritura, en concreto del libro del Génesis, es “acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás”». Y, «además de la dimensión penitencial, en los últimos años, a partir del Vaticano II, se ha insistido y recuperado la faceta catecumenal o bautismal, presente en la Iglesia con gran fuerza durante el primer milenio».
«Si durante siglos en la Cuaresma los que iban a ser bautizados se preparaban para recibir este sacramento, y los ya incorporados a la Iglesia hacían un camino de penitencia -prosigue-, nosotros estamos llamados tanto a ser conscientes de las implicaciones de nuestro bautismo como a acrecentar nuestro espíritu de conversión».
Escucha de la Palabra de Dios
El delegado episcopal de Liturgia asegura que «no debemos confundir la dimensión penitencial con la tristeza. En la vida de la Iglesia, todo tiempo lo es de salvación; y toda preparación es un período de esperanza. La austeridad y sobriedad en las celebraciones de la Cuaresma van dirigidas más bien a un cierto recogimiento interior y a resaltar con mayor fuerza la alegría pascual. Además, el Señor no se ausenta en ningún tiempo litúrgico, siempre es posible encontrarnos con Él. Todo encuentro con Él se traduce ya en una alegría profunda».
Y considera que, «un medio fundamental para propiciar este encuentro, es la escucha de la Palabra de Dios. Se trata de uno de los elementos que recibe mayor atención durante el ejercicio de la santa Cuaresma, como voz del Señor, que nos habla y nos invita a un cambio de vida. La Iglesia nos anima a una escucha más asidua de la Palabra de Dios, a lo que contribuye la articulación de las lecturas bíblicas que se nos proponen en la Misa y en la liturgia de las horas. Bien sea los domingos o entre semana, la Escritura nos guiará progresivamente hacia la Pascua, fomentando que nuestro corazón y mente estén abiertos a contemplar en profundidad a Cristo en su subida a Jerusalén».
Por eso, añade, «la estructura actual de las lecturas de la Misa prevé tres ciclos dominicales, acentuando, dependiendo del año, temas como la alianza, la llamada a la conversión, la glorificación de Cristo o las implicaciones del propio bautismo. Se trata, en definitiva, de unos días en los que se hace especialmente presente la gracia de Dios entre nosotros y que hemos de vivir con la máxima intensidad. Pero también las lecturas de la celebración de la Eucaristía de los días laborables abordan interesantes temas, que pueden ser de gran ayuda para una catequesis cuaresmal y una auténtica vivencia espiritual de la Cuaresma».
Oración, ayuno y limosna
«Como período asociado especialmente a la conversión y a la reconciliación con Dios y con los hermanos -señala Daniel Escobar en referencia a la Cuaresma-, la Iglesia ha ofrecido siempre tres medios evangélicos: la oración, el ayuno y la limosna (Cf. Mt 6, 1-6. 16-18), tal y como se nos hace presente de modo especial en el Evangelio de Miércoles de Ceniza, el día penitencial por excelencia, que, junto con el Viernes Santo, es día de ayuno y abstinencia».
En alusión a la imposición de la ceniza, indica que es una costumbre que «nace en torno al año 1000, con un origen en los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia pública. Este gesto tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Más allá de ser un gesto meramente externo, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal (Cf. Directorio sobre la Piedad popular y la Liturgia, 125)».
Por eso, continúa, «aunque el Miércoles de Ceniza es un día clave para comenzar con buen pie este tiempo, no existe el precepto de celebrar la Eucaristía ese día, debido a que no se trata de un día de fiesta, que es cuando se sitúan los preceptos. Recordemos que el Viernes Santo o la conmemoración de los fieles difuntos son días importantes y tampoco son precepto. En el año litúrgico la centralidad se sitúa en el domingo, día del Señor y Pascua semanal, o en determinadas solemnidades. Por el contrario, el Miércoles de Ceniza debe celebrarse con especial austeridad y sencillez».
Eucaristía y Penitencia
«La Iglesia nos invita a realizar este itinerario viviendo de una manera más profunda la celebración de los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia», insiste al recomendar «una mayor vivencia sacramental», traducida en «vivir con mayor profundidad la celebración de los sacramentos. Acercarse en este tiempo al sacramento de la Penitencia, para poder participar con el alma purificada en la Semana Santa». Por eso, anima a las parroquias a «organizar celebraciones penitenciales con confesión y absolución individual, o celebraciones penitenciales comunitarias no sacramentales». Y, a los fieles, «escuchar con mayor atención la Palabra de Dios que se nos propone para este tiempo». Además, «aunque este año corresponden las lecturas asociadas al ciclo B, se pueden leer los evangelios del ciclo A los domingos tercero, cuarto y quinto, especialmente en las comunidades donde haya catecúmenos, para subrayar el carácter bautismal de este tiempo».
Otra de sus sugerencias es la de vivir «una piedad adecuada a la Cuaresma». Para ello, invita a «realizar ejercicios piadosos que respondan al carácter del tiempo de Cuaresma, como es el vía crucis. O a una sobriedad en las celebraciones». En este sentido, apunta a «la supresión del Aleluya, que no se volverá a escuchar en ninguna celebración hasta la vigilia pascual, ya que en las solemnidades y fiestas se canta el Gloria, pero nunca el Aleluya» que será sustituido por «una aclamación a Cristo y el versículo previsto en el leccionario». «Salvo en la fiestas y solemnidades -comenta-, en las Misas de este tiempo se pueden utilizar cualquiera de las dos plegarias eucarísticas de la reconciliación, ya sea con su prefacio propio o con cualquiera de los prefacios de cuaresma o con el prefacio de la penitencia».
Otro de los ejemplos de sobriedad que sugiere es el de «utilizar el órgano y los otros instrumentos musicales solo para sostener el canto, como corresponde al carácter penitencial de este tiempo, salvo en las solemnidades, fiestas y el Domingo IV Laetare» y «no adornar el altar con flores durante este tiempo, excepto en los mismos días en que se pueden utilizar los instrumentos musicales más allá del acompañamiento del canto».
Por último, concluye exhortando a todos los cristianos a llevar «una vida conforme a lo que celebramos». Y a «compartir los bienes con los más necesitados mediante la limosna como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo. Nunca podemos olvidar que lo que celebramos ha de reflejarse en nuestro estilo de vida».