Con la vista puesta en Pentecostés, la catedral acogió el pasado viernes, 3 de junio, la vigilia de jóvenes que cada primer viernes de mes convoca el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro. En su meditación rescató varias expresiones del Evangelio proclamado, que recoge el momento en el que Jesús infunde su Espíritu en los apóstoles: anochecer, puertas cerradas, miedo, Jesús entregándoles la paz, envío…
En muchos momentos de la vida, aseguró el purpurado, «estamos en ese claro oscuro, sin ver del todo», como los apóstoles. «Hay puertas cerradas a la presencia de Dios en este mundo», puso de manifiesto, junto a los «profundos miedos», de los que la guerra de Ucrania es una muestra. Ante esta situación, Jesús «se presenta y nos dice paz». La paz «era Él mismo», era «la seguridad», y esa es «la que nos sigue ofreciendo Jesús a nosotros».
Es la paz que buscan «tantos jóvenes» a los que la vida, la cultura, los estudios, «no llenan su corazón». «La alegría a la que se refiere el Evangelio no es la del triunfo de la vida», sino la que proviene de Jesús, de estar a su lado, «porque vemos que nos quiere […], que Dios cuenta con nosotros». Es, continuó, la alegría de un Dios «que no es extraño a la vida de los hombres». A Él no le importa «lo que hayáis hecho», sino que siempre dice «os quiero». Un Dios que envía «para que entreguéis a este mundo lo que no tiene»: la paz de Cristo.
El mundo, subrayó el arzobispo de Madrid, «está deteriorado en muchos aspectos»; en algunos lugares «se quiere retirar a Dios de la vida, no a base de persecuciones directas», pero sí «de no nombrarle para nada, de no contar con Él, que es una forma de decir que no existe». Ante esto, invitó a los jóvenes a salir y «hacer camino en esta tierra, no con cualquier herramienta, sino con la única que cambia […] este mundo y el corazón de los hombres: su amor». La construcción de este mundo se hace «con el amor de Dios», concluyó.