Desde la Edad Moderna, la Villa de Madrid se llenó de continuas celebraciones que impregnaban la vida de sus habitantes. El repertorio festivo reunía fiestas de distinta naturaleza, ya fueran cortesanas o del pueblo llano, que eran ocasión propicia para engalanar la ciudad y disfrutar de un momento de alegría y diversión. En estas fiestas la organización ‘oficial’ que disponían la Corte u otras autoridades civiles o religiosas convivía con las promovidas por los diferentes gremios o cofradías.
La festividad del Corpus Christi, celebrando la presencia real de Cristo en la Eucaristía, fue la más importante del calendario festivo de la Edad Moderna. Curiosamente, se consideraba una fiesta cívica local, pues era el Ayuntamiento quien comisionaba su organización, si bien al tomar parte activa en ella la monarquía, pasó a adquirir también un carácter regio.
¿Cómo se celebra este día en la Villa de Madrid? María Cristina Tarrero, directora del Museo Catedral de la Almudena, ha estudiado con detalle este festejo en su tesis doctoral.
Nos remontaremos especialmente al siglo XVII, época de mayor esplendor de la parroquia de la Almudena, y de gran apogeo en la Villa de Madrid. Durante este siglo, Santa María fue punto de referencia para las celebraciones de la Corte. Al ser la iglesia matriz, estaba reservada para recibir al Rey, al Consejo y al resto de autoridades. En ella se disponía, con especial atención y esmero, esta festividad del Corpus Christi: primero tenía lugar la Misa y, posteriormente, de allí partía la procesión que recorrería las calles principales de la ciudad.
Santa María se revestía con sus mejores galas, decorándose con fastuosos aderezos y ornamentos, tanto en el interior como en su exterior. Se realizaban grandes preparativos que, a su vez, suponían una considerable inversión en la parroquia. Se costeaban todos los servicios que se utilizaban para la preparación y organización de la Misa y la procesión, sobre todo los relativos a los trabajadores, entre mozos, carpinteros o colgadores, que ayudaban a los profesionales en la decoración del templo.
La decoración del exterior estaba encargada a Bartolomé Sánchez, colgador, quien tuvo este cometido durante los años centrales del siglo XVII de forma alterna. En la realización de estas labores ornamentales era ayudado por los mozos propios de la parroquia.
Todas las paredes estaban revestidas con damascos y brocados, mientras la iglesia presentaba un especial brillo debido a la recientes doraduras y policromías. A su vez, el camarín de la Virgen de la Almudena había sido limpiado, y la plata del artífice Mudarra estaba reluciente.
El presbiterio, debido a su pequeño tamaño para albergar esta ceremonia, hubo de ser ampliado con un tablado de madera, realizado por Domingo Rodríguez. En él sobresalía el dosel carmesí, regalo del duque de Pastrana, patrón de la congregación de la Real Esclavitud. Desde 1639, el «lujoso dosel», estaba suspendido en el altar mayor, seguramente colocado allí cuando el duque costeó el camarín de la Virgen de la Almudena.
En las labores decorativas del interior, la primera actividad que se llevaba a cabo era la limpieza de la iglesia, de la que se encargaban unos mozos. El pórtico de los Reyes era lo primero que se limpiaba, y a continuación, la torre. El sepulturero Juan Sánchez se encargaba de ello: allanaba y limpiaba las naves de la iglesia y la tribuna. Por su parte, el sacristán mayor, Domingo de la Torre, se encargaba de las alfombras del templo y de la Villa, y sacudía las paredes de la iglesia.
El siguiente paso era la adquisición de la cera, elemento indispensable, pues de ella dependía la iluminación del edificio. Era el Ayuntamiento el encargado de suministrarla, y en ocasiones los monarcas también regalaron diferentes cantidades. Después, era el turno de la compra de ramilletes de flores. En las partidas de flores se incidía en que fueran naturales. Esta compra se dividía en tres partes: para los altares se compraba unos pies de azucenas y unos ramilletes de manos y para el altar mayor doce ramilletes.
La iglesia se encontraba decorada con tres altares, hermosos montajes de arquitectura efímera que servían para ensalzar al Santísimo Sacramento. Uno de ellos, realizado por Gregorio Ruiz; los otros dos ejecutados por Domingo Rodríguez, siendo ambos carpinteros. En el altar mayor se acomodaba la custodia de la Villa, que era trasladada y adaptada por los llamados ganapanes.
Por último, se disponían los gastos relativos al alquiler de candeleros, cartones, velillos y plata para los altares, como ya vimos para la Semana Santa. En los inventarios se reseña un gran número de ellos como propiedad del templo o de la Real Esclavitud.
Ya estaba todo preparado para dar comienzo a la celebración eucarística. Tanto la Misa como la procesión, es decir, el aspecto religioso, se veía inevitablemente entremezclado con el carácter social y político. Así, la preferencia en el orden de la procesión o la colocación de los fieles en el interior de la iglesia eran algo sumamente complicado, que exigía un gran control sobre todos los detalles para evitar que cualquier descuido pudiese mal interpretarse y acarrear futuros conflictos.
Esa distribución seguía un cuidadoso protocolo que pasamos ahora a describir. El dosel del rey se encontraba tras la primera capilla del lado del Evangelio, detrás, el capitán de guardias de corps; y tras él, pegados a la pared, estaban los bancos destinados a los grandes de España; en el primer asiento estarían el mayordomo mayor de su majestad, seguido de todos los grandes, hasta el último poste bajo la barandilla del coro. Tras ellos, estaban los bancos reservados a los hombres de Cámara y Casa real.
En el lado de la epístola, se empezaba más abajo de las gradas del presbiterio: frente al dosel del rey, el cardenal con su sitial. Junto a él, los mayordomos de semana de pie y después de éstos, los embajadores de capilla.
Entre las dos pilas de agua bendita de la puerta principal de la iglesia estaban de pie dos alcaldes de Corte. Y, a espaldas de las dos filas de bancos, estaban los guardias de corps, mientras a los pies de la iglesia, se situaban los alabarderos. Por último, el palio de real capilla estaba bajo el coro, arrimado a la reja de la ventada de los pies del templo.
El patriarca entraba con la cruz delante y hacía oración de rodillas; poco después entraba el monarca por el pórtico de los Reyes, creado especialmente para entrada de sus Majestades, donde era recibido por los cardenales, embajadores y arzobispo o Nuncio, si éste se encontraba en la Villa.
Los mayordomos del rey se situaban en los laterales haciendo un pasillo para su entrada, mientras tanto el cardenal legado o el inquisidor real, estaba en la capilla mayor haciendo oración. Su majestad se sentaba bajo su dosel, que podía tener una cortina real que se cerraba para oír la Misa.
Una vez realizados los debidos saludos y reverencias, el cardenal legado subía al presbiterio junto con los ministros que le ayudaban, se quitaba la muceta y el bonete, se colocaba los ornamentos en el altar y daba comienzo la santa Misa.
Así, como dice el dicho popular: «Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión», pues, sin duda, este jueves, la parroquia de Santa María de la Almudena brillaba con esplendor. En la reseña de la semana que viene continuaremos hablando sobre la festividad del Corpus Christi, describiendo cómo era la procesión, momento de muy especial relevancia en este día.