Durante la Semana Santa, la Iglesia celebra los misterios de la salvación realizados por Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por su entrada mesiánica en Jerusalén.
El tiempo de Cuaresma continúa hasta el jueves. A partir de la Misa vespertina, en la Cena del Señor, comienza el Triduo Pascual, que continúa durante el Viernes y el Sábado Santo, tiene su centro en la Vigilia Pascual y acaba con las vísperas del Domingo de Resurrección.
«Con la Misa que tiene lugar en las horas vespertinas del jueves de la Semana Santa, la Iglesia comienza el Triduo Pascual y evoca aquella Última Cena en la cual el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, habiendo amado hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, y los entregó a los apóstoles para que los sumiesen, mandándoles que ellos y sus sucesores en el sacerdocio también lo ofreciesen».
Toda la atención del espíritu debe centrarse en los misterios que se recuerdan en la Misa: es decir, la institución de la Eucaristía, la institución del orden sacerdotal y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna.
Para la reserva del Santísimo Sacramento prepárese un altar o una capilla, convenientemente adornada, que invite a la oración y a la meditación; se recomienda no perder de vista la sobriedad y la austeridad que corresponden a la liturgia de estos días.
Cuando el sagrario está habitualmente colocado en una capilla separada de la nave central, conviene que se disponga allí el lugar de la reserva y de la adoración.
El lavatorio de los pies, que, según la tradición, se hace en este día, significa el servicio y el amor de Cristo, que «no ha venido para que le sirvan, sino para servir». Conviene que esta tradición se mantenga y se explique según su propio significado. Invítese a los fieles a una adoración prolongada del Santísimo Sacramento en la reserva solemne, después de la Misa en la Cena del Señor. En esta ocasión es oportuno leer una parte del Evangelio según san Juan (capítulos 13-17).
Pasada la medianoche, la adoración debe hacerse sin solemnidad, dado que ha comenzado ya el día de la Pasión del Señor.
Viernes Santo de la Pasión del Señor
En este día, en que «ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo», la Iglesia, meditando sobre la Pasión de su Señor y Esposo, y adorando la Cruz, conmemora su nacimiento del costado de Cristo dormido en la Cruz e intercede por la salvación de todo el mundo.
El Viernes de la Pasión del Señor es un día de penitencia obligatorio para toda la Iglesia por medio de la abstinencia y el ayuno.
La celebración de la Pasión del Señor ha de tener lugar después del mediodía, cerca de las tres (15:00 horas). Por razones pastorales, puede elegirse otra hora más conveniente para que los fieles puedan reunirse más fácilmente: por ejemplo, desde el mediodía hasta el atardecer, pero nunca después de las nueve de la noche (21:00 horas).
Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor.
Vigilia Pascual en la Noche Santa
«Toda la celebración de la Vigilia Pascual debe hacerse durante la noche. Por ello, no debe escogerse ni una hora tan temprana que la Vigilia empiece antes del inicio de la noche, ni tan tardía que concluya después del alba del domingo». Esta regla ha de ser interpretada estrictamente. Cualquier abuso o costumbre contraria que poco a poco se haya introducido y que suponga la celebración de la Vigilia Pascual a la hora en que habitualmente se celebran las Misas vespertinas antes de los domingos ha de corregirse.
Las razones presentadas a veces para justificar la anticipación de la Vigilia Pascual, por ejemplo, la inseguridad pública, no se tienen en cuenta en el caso de la noche de Navidad o de reuniones de otro género.
La celebración de la Vigilia Pascual se desarrolla de la siguiente manera: después del Lucernario o del Pregón Pascual (que es la primera parte de la Vigilia), la Santa Iglesia contempla las maravillas que el Señor Dios realizó desde el principio en favor de su pueblo (segunda parte o liturgia de la palabra), hasta que, acompañada ya de sus nuevos hijos renacidos en el Bautismo (tercera parte), es invitada a la mesa preparada por el Señor para la Iglesia, memorial de su Muerte y Resurrección, en espera de su nueva venida (cuarta parte).
En el modo de anunciar la celebración de la Vigilia Pascual, evítese presentarla como el último acto del Sábado Santo. Dígase, más bien, que la Vigilia Pascual se celebra en la noche de la Pascua, y precisamente como una celebración unitaria. Se recomienda encarecidamente a los pastores que en la formación de los fieles insistan en la conveniencia de participar en toda la Vigilia Pascual.
El día de Pascua
La Misa del día de Pascua se debe celebrar con la máxima solemnidad. En lugar del acto penitencial, es muy conveniente hacer la aspersión con el agua bendecida durante la celebración de la Vigilia; durante la aspersión se puede cantar la antífona Vidi aquam u otro canto de índole bautismal. Con la misma agua bendecida conviene llenar los recipientes (pilas) que se hallan a la entrada de la iglesia.
Las procesiones de Semana Santa
En la Semana Santa hacemos memoria del Misterio Pascual del Señor, que se celebra sacramentalmente en el templo, se vive en el corazón y se manifiesta en la calle.
Las salidas procesionales y estaciones de penitencia que nacen de la liturgia y a ella deben conducir, pueden llegar a ser, si se hacen con devoción y dignidad cristiana, valiosas catequesis en sus recorridos por las calles. Son una predicación del Misterio Pascual, esto es, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Se trata de fe que se hace cultura, expresión estética de un corazón creyente, fe que se convierte en sentimiento, sentimiento que conduce a la fe.
En las procesiones se contemplan las páginas evangélicas, hechas carne de madera viviente por los imagineros, y se favorece la contemplación y vivencia del Evangelio con un profundo espíritu de fe.