El bautismo de Jesús es la manifestación pública del enviado del Padre: “este es mi hijo, mi amado, escuchadlo”. A partir de ese momento es Jesús quien envía a sus discípulos a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu. Se trata ya de un bautismo en el Espíritu Santo.
Celebrar la Fiesta del Bautismo del Señor ha sido en la tradición cristiana siempre una ocasión para recordar la primordial importancia del bautismo para los cristianos: por el bautismo Dios Padre nos incorpora a Cristo y a su salvación. Por el bautismo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo entran en nuestra vida, y nosotros entramos en la comunión con ellos. Por el bautismo entramos a formar parte de la Iglesia, y por el bautismo podemos seguir recibiendo las gracias de la salvación a través de los demás sacramentos. Por el bautismo podemos hacer vida la Palabra de Dios y por el bautismo somos llamados a colaborar con Cristo en la edificación de su Reino, Reino de Justicia, de amor y de paz.
Por eso para la misión catequética de la Iglesia esta fiesta se convierte en un desafío: durante siglos la Iglesia bautizaba a los convertidos, ahora intenta convertir (o mejor dicho ofrecer la conversión), a los bautizados. Hoy, aunque cada vez son más los adultos que piden el bautismo y recorren el camino de la iniciación cristiana de antaño, son muchos los bautizados (niños y adolescentes con sus padres) que se acercan a la Iglesia para recibir los otros dos sacramentos de iniciación cristiana, la eucaristía y la confirmación, sin una verdadera experiencia de conversión, sin haber recibido jamás el primer anuncio cristiano, e incluso sin haber tenido nunca un despertar religioso, una mínima referencia a lo trascendente.
Un gran reto de la Iglesia de hoy esta en ofrecer una renovación del bautismo: poder tener un primer encuentro con la Buena Noticia de Cristo, poder encontrar un nuevo Juan Bautista en el catequista que les presenté a Jesús, al Hijo de Dios, y su evangelio, con toda su novedad, aquella que ha cautivado a millones de hombres y mujeres a lo largo de 21 siglos.
Un gran reto de la Iglesia de hoy es hacer que la segunda etapa de la iniciación cristiana, la de la catequesis, la que está entre el primer anuncio y la mistagogía o iniciación en la comunidad y en la liturgia, no de por hecho ese primer anuncio, sino que lo incluya en la misma catequesis, y no esperé hasta el final para introducir en el Misterio de Dios, sino que guie místicamente a los catecúmenos desde el primer día. Es el reto de una catequesis que es más testimonial que doctrinal, más provocativa antes instructiva, que no de por echo la fe, sino que la despierte.
Manuel María Bru Alonso, delegado episcopal de Catequesis de la Diócesis de Madrid