El culto que hoy se da al Santísimo Sacramento con el nombre de Corpus Christi, data del primer tercio del siglo XIII. El piadoso Roberto, obispo de Lieja, lo instituyó en su diócesis el año 1246, creando una procesión anual un jueves después de la Pascua de Pentecostés, en que se llevaba por objeto principal al Señor Sacramentado en un grande y rico relicario de plata y oro, y siendo conducido debajo del palio a hombros de seis u ocho sacerdotes vestidos de sobrepelliz y capas de coro.
Poco años después, hacia 1263 o 1264, el Pontífice Urbano IV ordenó que se estableciese este culto en toda la cristiandad, y desde entonces en todos los pueblos cristianos católicos se celebra esta fiesta religiosa con mayor o menor ostentación, pero siempre con piadosa solemnidad.
¿Y qué decir sobre Madrid? El día del Corpus fue, sin duda, uno de los de mayor esplendor de la Corte, y la ciudad se acicalaba con sus mejores galas. Los vecinos adornaban sus casas y balcones, las calles se entoldaban y se levantaban numerosos altares ante los que haría parada la procesión.
Siendo Madrid, en la época de la creación de la fiesta del Corpus, un pueblo de corto vecindario, si bien de bastante consideración, no pudo ser muy suntuosa esta festividad, y estaría reducida a una sencilla procesión, pero con el carácter alegre, a la par que piadoso, con que los madrileños han celebrado siempre sus fiestas religiosas.
La fiesta comenzó a tener gran popularidad desde finales del siglo XV, momento en que los reyes empezaron a asistir a la procesión. Así, en el reinado de los Reyes Católicos, hallamos que, en 1482, asistió la reina doña Isabel I, desde un balcón de la casa de los Lujanes, para ver la procesión del Corpus que siempre salía y terminaba en la parroquia de Santa María de la Almudena, haciendo parada en el Alcázar real.
La procesión del Corpus fue también lucidísima en 1528 cuando, hallándose de paso para Valladolid la guardia del emperador Carlos V, asistió a la fiesta numerosos señores alemanes que habían llegado con él. En esta época es cuando primeramente vemos citadas representaciones religiosas: «que al lado del arco de la Almudena, se representó una oración en que la Virgen María venció a Satanás, al que mató el Niño Jesús, enviándole a los infiernos”, añadiéndose que “se hizo con tal verdad, que lloraron los presentes de gozo, y los alemanes llevaron mucho que contar de bueno».
A continuación, recogemos un relato de cómo debió de ser esta fiesta en el siglo XVI (1568), procedente del artículo que el historiador Castellanos de Losada publicó en la revista Museo de las familias (1846).
Todo comenzaba la víspera del día del Señor, cuando de la parroquia de Santa María salía un hombre vestido grotescamente al que llamaban el mogigón, el cual llevaba en la mano una vara con dos vejigas de carnero infladas colgando; con él iban un grupo de hombres y mujeres vestidos ellos de moros, y ellas de ángeles, con alas y toneletes blancos, guardadas con san Miguel, que era un joven de gallarda presencia con cabellos rubios. A esta comparsa seguía el tamboril y la gaita de la Villa, músicos que tenía el Concejo para las fiestas públicas.
Detrás de todos, seguía la tarasca, máquina de madera montada sobre ruedas y conducida por hombres que iban dentro, la cual representaba una monstruosa serpiente con muchas cabezas en movimiento. Generalmente aludía al mal que el Santísimo Sacramento había vencido.
Luego que acababa de andar la carrera, en cuyo tránsito la tarasca había hecho sus habilidades, ya cogiendo la infinidad de muchachos que la seguían, ya derribando los sombreros a los asistentes que se embobaban, y que el mogigón había dado sendos vejigazos; se paraba la comparsa enfrente de Santa María, y en el tablado preparado para el auto sacramental, empezaba la danza, que venía a ser una pantomima en que los ángeles peleaban con los diablos, que estaban vestidos de moro, quedando estos vencidos al final por san Miguel.
Veamos ahora cómo era la estructura y el orden llevado a cabo en la procesión. A las diez de la mañana, hora en que ya estaba vistosamente colgada la carrera, y encendidos los altares que en las iglesias se habían colocado, salía la procesión de Santa María.
Precedía a la procesión, el mogigón con la danza de los moros, después seguían los monaguillos con las campanillas, el tamboril y la gaita; tras ellos iba la tarasca conduciendo sobre sus espaldas la tarasquilla y el tarascón, y después los gigantillos morunos, y a éstos, un carro en el que iban los actores que habían de representar el posterior auto sacramental, haciendo mil pantomimas que divertían al pueblo. Luego seguían los atabaleros y trompetas: los niños huérfanos y desamparados de la Villa cantando, los pendones, estandartes y cruces de las parroquias; las comunidades religiosas por orden de antigüedad; la cruz de la iglesia mayor; la clerecía de Madrid en medio de los caballeros de las cuatro órdenes militares, estos con sus hábitos, al lado derecho seguían los consejos de Indias, Aragón y Castilla (después también el de Portugal) y a la izquierda los de Hacienda, órdenes e Inquisición: 24 sacerdotes de hachas, la Real Capilla, tres sacerdotes con capas, llevando el de en medio el báculo del arzobispo, que venía detrás; los predicadores del rey con hachas y a continuación, las andas del Santísimo Sacramento. El palio era llevado por los regidores de la Villa. El rey y real familia, y detrás los prelados, grandes de España, embajadores y títulos de Castilla, concluyendo la procesión la Guardia de Honor del Rey.
En época del rey Felipe II, el Concejo de la Villa decidió encargar una magnífica custodia procesional, toda ella en plata. La custodia consta de dos partes: las andas, que fueron encargadas en 1565 Francisco Álvarez, y la custodia de asiento, realizada en 1573 por el mismo platero. Las andas están formadas por ocho columnas que sostienen una cúpula con figuras de ángeles, los cuatro evangelistas y padres de la Iglesia. La cúpula sirve a la vez de base a un templete sobre el que están situados otros cuatro ángeles y una figura, que originariamente representaba la virtud de la fe. Esta custodia procesionó por primera vez en 1574, y actualmente se encuentra en la Casa de la Villa de Madrid, por ser propiedad del Ayuntamiento.
Luego que entraba la procesión a la parroquia, subían los actores al tablado y se representaban algunos misterios o autos sacramentales hasta el anochecer, cuando se reservaba al Santísimo. Por la tarde era la vela de las señoras, las cuales acudían tapado el rostro a la iglesia, con una antorcha de mucho lujo encendida para hacer oración ante el Santísimo.
Terminamos recogiendo otra de las costumbres populares que se daban entre los madrileños alrededor de la festividad del Corpus Christi, que consistía en que, al día siguiente a la celebración del Corpus, muy de mañana todos, en particular los jóvenes, se dirigían al templo de Santa María a ver la Tarasquilla, el Tarascón y los Gigantillos. Parece ser que estas figuras servían de figurines de la moda en el vestir que había de haber en aquel año, y así lo recogen estas letras de una popular seguidilla:
Si vas a los Madriles,
día del Señor.
Tráeme de la Tarasca
la moda mejor.
Y no te emboles
que han de darte en la cara
los mogigones.
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