Estamos celebrando la fiesta de Navidad, fiesta de la luz y de la paz, fiesta del asombro, fiesta de la alegría que se expande por todo el universo. Dios se ha hecho hombre, Dios con nosotros, Dios entre nosotros. Desde Belén, un lugar pobre e insignificante en este mundo, Dios se dirige a nosotros. Desde aquel silencio de Belén donde en el momento del nacimiento solo estaban María y José, Dios nos interpela. Nos muestra su amor y cariño, nos invita a renacer en Él: el eterno ha descendido al hoy del efímero mundo y es capaz de arrastrar nuestro hoy que es pasajero al hoy perenne y terno de Dios. Qué fuerza tiene para nosotros pensar esto: Dios renuncia a su esplendor divino y desciende a un establo donde podemos encontrarlo, de tal modo que su bondad, su cariño, sus entrañas de amor y de misericordia nos toquen. Se nos comunican para que así nosotros podamos comunicarlo a los demás.
Si, nació de noche y fue anunciado de noche. ¿Qué nos quiere decir esta realidad, del modo, la hora y el lugar donde se hace presente Dios? Nació de noche cuando todos los hombres descansamos de la fatiga de cada día, pero Dios desea comunicar desde el primer momento de su estancia entre nosotros que quien elimina y quita fatigas es Él. Recordemos las palabras que más tarde, en sus años de vida pública, nos dirá: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré». Y fue anunciado de noche a «unos pastores que vigilaban por turno sus rebaños» (Lc 2, 8). Quería darse a conocer a los hombres como Luz en medio de la noche. A los pastores los envuelve esa Luz nueva: «La gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor» (Lc 2, 9).
La celebración de la Navidad tiene esta fuerza siempre: «Hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2, 11). La humanidad necesita de este anuncio claro, también en medio de la noche, pues en todas las latitudes de la tierra hay y surgen muchas oscuridades. Dios quiere hacernos ver que al Dios con nosotros, lo necesitamos; tenemos necesidad de su Luz, esa que penetra toda clase de oscuridades. Cuando recibieron la Buena Noticia, la decisión de los pastores fue inmediata: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado» (Lc 2, 15b). Necesitamos la Luz. Dios ha nacido para todos los hombres, toca toda la historia; no es una crónica social de las muchas que leemos, sino que toca y trastoca la historia, nos dispone a andar por este mundo de un modo absolutamente nuevo, nos regala un modo de existir, de vivir, de relacionarnos, de comprender todo lo que sucede. ¡Qué bien entendieron los pastores esto! «Se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho» (Lc 2, 20).
Contemplemos a Jesús en Belén. Contemplemos a Dios que viene a nuestro encuentro como un niño indefenso. Y lo hace para que podamos así amarlo. ¿Quién viendo a un niño recién nacido, además en el lugar en el que nace, no siente ternura y necesidad de regalarle su amor? Él viene así a este mundo para que sintamos hasta dónde llegan la ternura y el cariño de Dios. Renuncia a su poder divino y desciende a un establo como un niño para que así podamos encontrar a Dios, estar con Él, hacernos semejantes a Él. No me extraña que artistas diversos –poetas, escultores, pintores, músicos o escritores– hayan visto en el Niño Jesús una fuente de inspiración y de creatividad. Dios ha querido que lleguemos a la conclusión de que no está lejos. No es un desconocido, es accesible a todos los hombres, se hace nuestro prójimo.
Fijémonos en lo que nos regala Jesús: restablece la imagen del hombre, nos hace atrayente ser humanos, pues nos dice con su vida que lo más grande es darse a sí mismo. Él, que está por encima del tiempo, ha asumido el tiempo, ha tomado consigo nuestro tiempo y nos acompaña siempre. ¿Os habéis parado a pensar por qué en Navidad nos hacemos regalos? Ojalá sepamos descubrir, que es para imitar a Dios, que se ha dado a sí mismo. Dejemos que esto alcance nuestro corazón y, entre los regalos que compramos, nunca olvidemos todos, esposos, padres e hijos, el verdadero regalo: ¿me doy a mí mismo? ¡Cuánto cambiaría nuestro mundo! Esto no se compra, te lo regala Jesús, pero es necesario que lo dejes entrar en tu vida.
En la Navidad, en esta noche santa, en el silencio, es bueno que escuchemos en lo profundo de nuestro corazón palabras como estas: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5); «y aquí tenéis la señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 12). Concentrémonos en el amor que Dios nos muestra en Belén y que desea que acojamos los hombres. Con esa idea, siento la necesidad de proponeros estas bienaventuranzas. Confío en que durante este tiempo de Navidad, en torno al Niño Jesús, podáis recitarlas en voz alta y convertirlas en oración:
1. Bienaventurados cuando descubrimos en la sencillez de Belén a quien nos pide nuestro amor. No quiere abrumarnos con su fuerza ni con su poder, sino regalarnos su Amor.
2. Bienaventurados cuando estamos dispuestos a dejar entrar en nuestro interior, en nuestras familias y en nuestras ciudades y pueblos, al Dios que nace en Belén que todo lo cambia.
3. Bienaventurados cuando celebramos la Navidad como creyentes, es decir, cuando reafirmamos con fuerza y valor el misterio de salvación, que se muestra en Belén y que revela el camino que nos lleva a la plenitud.
4. Bienaventurados cuando nos acercamos al establo de Belén y contemplamos, por una parte, la tierra maltratada y, por otra, la belleza y dignidad que viene a traer Jesús. Navidad es la gran fiesta de la creación.
5. Bienaventurados cuando descubrimos que la gran Bienaventuranza es Jesús, que trajo y encendió para cada ser humano una luz espléndida e imperecedera. Con Él vino al mundo la gran esperanza.
6. Bienaventurados cuando descubrimos en el nacimiento de Jesús en Belén el acontecimiento histórico que, desde hace más de 2.000 años, interpela a los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar, siendo tú testigo de la interpelación.
7. Bienaventurados porque Jesús, al nacer en Belén, lo que desea y quiere es iluminar la vida de todo ser humano que vive en tinieblas y en sombra de muerte: miseria, injusticia, guerra…
8. Bienaventurados si somos capaces de ver que la Navidad no ha pasado. Somos contemporáneos de María y José, de los pastores y de los Magos. Si vamos con ellos, nos sentiremos llenos de alegría, pues Dios quiere ser Dios con nosotros.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid