No nos dejemos entretener por otras cuestiones: Jesús quiere testigos. Los reporteros dan noticias y nos comunican noticias, sucesos. No nos entretengamos a esta tarea también necesaria; lo que urge en estos momentos de la historia son los testigos. Son los que interpelan y logran seguidores convencidos por las obras que realizan; son quienes lideran cambios reales. Jesús quiere testigos de vida, de perdón, de Él; hombres y mujeres que muestren el rostro de Jesús con su vida. Lo cual requiere que se encuentren con Jesús, que es quien cambia la vida. Los testigos de Jesús surgen en el encuentro radical con Él. A veces no surgen necesariamente de personas con una vida irreprochable, con un pasado limpio y una vida inmaculada, pero siempre nacen del encuentro con Jesús. Es un encuentro que cambia la dirección de su vida. Porque el punto de partida para ser cristiano no es ser digno ni bueno, ni justo, ni mejor que los demás. Se parte de haberse dejado envolver por el amor de Jesús. El punto de partida es que Jesús nos ama como somos y quien se da cuenta de esto, quien se hace consciente de este amor incondicional, se abre al Señor, se siente necesitado de Él. La experiencia del amor del Señor es muy fuerte. Cuando caemos en la cuenta de ese amor incondicional, nos sucede como a Pedro o como a Pablo y los demás apóstoles, que le abrimos nuestro corazón y decidimos ser trasparentes ante Él. Además, quien se encuentra con Jesús desea regalar ese mismo amor que a él le ha sido regalado y en el que él se siente criatura nueva.
De ahí que me interese en estos momentos de la vida de la Iglesia y de la vida de los hombres tomar algunas cuestiones que son claves para ser «sal y luz del mundo». Ahora que acabamos de celebrar la fiesta de la Epifanía, de la manifestación del Señor en medio de los hombres, me vienen a mi mente unas palabras del Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, que tiene «un sentido programático y consecuencias muy importantes» con «la finalidad de que todos nos pongamos en un estado permanente de misión» (EG 25). El cristiano es un testigo de Jesús y debe entrar por todos los caminos por los que van los hombres; no puede escamotear ninguno. Ha de hacerlo como testigo de vida y de perdón, es decir, de Jesús. Me impresionan las palabras de los Magos de Oriente cuando preguntan: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (cfr. Mt 2, 1-12). Y me impresionan porque es también la pregunta que tiene en el corazón todo ser humano, ese que diariamente nos encontramos en el camino: ¿dónde está quien puede llenar el anhelo más profundo de mi corazón?, ¿dónde lo encuentro? Los Magos buscan el lugar donde nace la Luz. Y la encuentran allí donde hay amor y donde se manifiestan la ternura de una Madre, la Virgen María, y la confianza absoluta de un hombre como José, que ha percibido el amor inmenso que Dios tiene a los hombres y colabora con todas las consecuencias en que ese amor se manifieste.
Hoy también los discípulos de Jesús hemos de hacernos preguntas que son esenciales para el momento que vivimos: ¿somos cristianos en camino o cristianos instalados en nuestra propia comodidad?, ¿somos cristianos testigos o cristianos curiosos por Jesús? Aquel «sueño con una opción misionera, capaz de transformarlo todo» (cfr. EG 27) del Papa Francisco sigue teniendo vigencia hoy, incluso más fuerte que cuando las pronunció. Decía que «hace falta transformarlo todo». El Señor busca hombres y mujeres que sepan decir siempre: «Señor, tú eres mi vida. En mi encuentro contigo experimenté el perdón, vi que hay una vida nueva que procede de dejarnos amar por Ti y volcar ese mismo amor que Tú nos das en los demás».
Recordemos una vez más el motivo del viaje emprendido por los Magos de Oriente: «Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo». La búsqueda. Hoy también los hombres buscan. Buscan pan, trabajo, amor, una tierra en la que vivir y trabajar; buscan la Luz, buscan felicidad, buscan sentirse a gusto con ellos mismos y con los demás. A veces lo hacemos de maneras y modos confusos y desde planteamientos que no son los que Dios quiere para nosotros. Puede parecer que se instalan en la comodidad, pero no es así; son buscadores. Otra cuestión es si, a nuestro mundo y a quienes lo dirigen, les interesan buscadores o durmientes. Eliminar la presencia de Dios directa o indirectamente es una manera de adormecer a los hombres.
Muy a menudo los hombres somos capaces de entregar lo que duerme, lo que no hace pensar, entregamos ya todo precocinado. El reclamo del Papa Francisco es claro: ¡Sed valientes!, ¡dejaos amar por el amor más grande e incondicional!, ¡despertad! El Papa no nos pide que organicemos una misión, sino que entremos en un estado permanente de misión. En estos momentos de la historia de la humanidad, de formas muy diferentes, quienes caminamos y quienes encontramos en el camino, tenemos en el corazón un deseo que se formula en esta pregunta, aunque los contenidos de la misma sean diferentes: ¿dónde encontrar referencias sólidas para la vida?, ¿quién puede dar respuestas satisfactorias para ese anhelo profundo que siempre está en el corazón del ser humano, aunque se manifieste de modos diferentes?
El Papa nos recuerda que «el gran riesgo del mundo actual […] es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada […]. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, y, como consecuencia, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien» (cfr. EG 2). Ante este riesgo, seamos misioneros, anunciemos… Pero, ¿qué? Se trata de anunciar lo que es el núcleo del Evangelio, que se llama kerigma. La belleza del amor salvador de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado. Hemos de lograr que los hombres vean la belleza del amor de Dios, que se manifiesta en Cristo. ¿Cómo hacer este anuncio hoy a los niños, jóvenes, trabajadores, en la ciudad, en el pueblo, en el barrio donde vivimos, con los que nos encontramos cada día? Teniendo la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús. Y eso se hace espontáneamente en cualquier lugar. Todos los lugares y todas las circunstancias son válidos para llevar el amor de Jesús a los hombres.
Hago diez propuestas para que seamos testigos:
1. El testigo es un hombre o mujer de Dios: sigue a Dios en todo y por todo, nunca defrauda al prójimo.
2. El testigo es un hombre o mujer de Iglesia: presenta el rostro, las enseñanzas y las posturas de la Iglesia.
3. El testigo tiene un gran celo apostólico: quiere iluminar el mundo con la luz de Jesucristo resucitado y a quienes encuentra en el camino interpela.
4. El testigo es un hombre o mujer de reconciliación y buscador de la paz y de la convivencia entre los hombres: busca el diálogo con todos, trabaja por la comunión, defiende y protege la justicia.
5. El testigo es un hombre o mujer de comunidad cristiana: puede encontrarse con personas muy diferentes, pero él es puente y nunca un muro para construir la fraternidad.
6. El testigo es hombre o mujer de iniciativas: ve las necesidades del momento y nunca cae en la rigidez mental, espiritual y humana.
7. El testigo es un hombre o mujer libre y obediente al Evangelio: solamente la libertad nos hace libres para la obediencia a seguir la llamada a vivir el estilo de vida de Jesús.
8. El testigo es un hombre o mujer de oración, de diálogo con Dios. Es oyente de la Palabra de Dios porque sabe muy bien que solo así puede comunicar y anunciar a Jesús.
9. El testigo es un hombre o mujer en el que la caridad ha encontrado camino y es prueba de la autenticidad de su vida. Eso le empuja a vivir contagiando vida a quienes se encuentra.
10. El testigo es un hombre o una mujer que imita a Santa María en su humildad con el deseo de que los otros sean más estimados y más amados. Sabe hacer suyo el magníficat.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid