El Señor nos regala un nuevo año para que sus discípulos sepamos acoger, cada día con más entusiasmo, la invitación a anunciar con valentía inquebrantable el Evangelio. Hay necesidad de organizar nuestra vida y nuestra historia con la Buena Noticia; que, al sabernos hermanos, esta nos dé una forma de vivir y de estar en el mundo. Lo hemos de hacer con la convicción de que el Señor es el Camino, la Verdad y la Vida. No perdamos el tiempo en cuestiones secundarias. Al comenzar un nuevo año, al ver las situaciones por las que pasa la humanidad, recordemos la valentía de san Pablo. Hemos de tener la misma en estos momentos de la historia de la humanidad. ¿Seremos capaces de decir con nuestras vidas, en nuestros areópagos de hoy, como el apóstol lo hizo en el areópago de Atenas —lleno de filósofos epicúreos y estoicos—, que Dios «no habita en templos construidos por manos humanas», «pues en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 24. 28)?
En las cartas de san Pablo uno observa con admiración que este discípulo de Cristo tomó la decisión de anunciarlo con valentía inquebrantable y con todas las consecuencias. Por Cristo hasta perder la vida. En este año que comenzamos tenemos delante de nosotros las situaciones que está atravesando la humanidad en todas las partes de la tierra, como las guerras y rupturas. Vemos y contemplamos las necesidades que tiene esta humanidad. Los discípulos de Cristo sabemos que solamente Él trae la salvación y la vida. Fundados en la gracia de Dios, como miembros de la Iglesia, hemos de ver que el Señor nos da una nueva ocasión para salir al encuentro de otros. Como el apóstol, sintamos la necesidad de decir: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Cor 9, 16).
Para tener ese impulso misionero tenemos que dejarnos conquistar cada día, igual que hizo san Pablo, por Jesucristo, por la Palabra de Dios; hemos de acogerla, meditarla y traducirla en nuestra vida en fuerza apostólica capaz de conquistar a todos los hombres que encontremos en nuestro camino. Para ello, hay algo esencial: hemos de dejarnos conquistar por Jesucristo, viviendo para Él y para su Evangelio, sabiendo que la entrega de nuestra vida tiene que ser total, incluso hasta el martirio. Esta fue la herencia que nos dejó el apóstol.
Insisto en que tenemos por delante un año que nos regala el Señor para anunciar con valentía a Jesucristo. En el inicio de la predicación del Evangelio, los apóstoles no se avergonzaron del Evangelio; al contrario, lo consideraron como la fuerza salvífica de Dios, tal y como nos enseña san Pablo en sus cartas. Este se dejó conquistar por Cristo, vivió totalmente para Él y para su Evangelio, entregando su vida hasta el martirio. ¡Familias, atreveos a ser Iglesia doméstica! Mostrad un proyecto de vida pleno a vuestros hijos, que les dé sentido. Padres, sed transmisores de la fe a vuestros hijos, dadles proyecto de vida.
En este año 2023 que ahora comienza recordad que «nos apremia el amor de Cristo» (2 Cor 5, 14). ¿No es este amor lo que más necesita nuestro mundo? Ante todas las situaciones que vemos, anunciar a Jesucristo es una necesidad. Cada uno de nosotros debemos sentirnos enviados a todos los hombres, llevando la luz de su mensaje: a las familias, a los niños, jóvenes y mayores, a las situaciones conflictivas que se dan en nuestra tierra… Discipulado y misión están unidos. Sintámonos enviados todos, sabiendo que «si no tengo amor nada soy» (cfr. 1 Cor 13, 1-13) y que «nos apremia el amor de Cristo».
Con mi bendición,
+Carlos Cardenal Osoro
Arzobispo de Madrid