En este mes de abril tiene un protagonismo especial el mundo del trabajo. Fechas como las del día 28 en que celebramos el Día Mundial de la Seguridad y Salud en el Trabajo o la del próximo día 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, son días que nos recuerdan páginas muy bellas de la Biblia, como en las que se nos dice cómo el trabajo pertenece a la condición originaria del ser humano, pues cuando el Creador plasmó al hombre a su imagen y semejanza, también lo invitó a trabajar la tierra, tal como nos lo dice el segundo capítulo del Génesis (Gn 2, 5-6). Es verdad que, a causa del pecado de nuestros primeros padres, el trabajo se transformó y se convirtió en fatiga y sudor, tal como nos lo describe el capítulo tercero (Gn 3, 6-8). Pero hay algo extraordinario que descubrimos cuando el Hijo de Dios se hizo semejante a nosotros: contemplemos cómo Él dedicó años a realizar actividades manuales. Tan es así, que quienes lo conocían y vivían cerca de Él, lo llamaban el «hijo del carpintero». ¡Qué nombre y qué título! Hijo de un trabajador.
Hay algo en la vida de Jesucristo que a mí siempre me hizo ver lo que con tanta hondura nos dijo el Papa san Juan Pablo II, hablando de cómo «de la primacía del valor ético del trabajo se derivan otras prioridades, entre otras la primacía del hombre sobre el trabajo mismo, también la primacía del trabajo sobre el capital y, por supuesto, el destino universal de los bienes sobre el derecho a la propiedad privada» (cfr. san Juan Pablo II, Laborem exercens, 12). ¡Qué maravilla: primacía del hombre! ¿Es esto lo que mueve la vida, los proyectos, las búsquedas del hombre? Tenemos que hacer entre todos un esfuerzo en esta humanidad que llegó a alcanzar grandes metas, para que nunca olvide al hombre. Fue al hombre a quien Dios le dio el poder de cuidar todo lo que existe. Y, para no olvidar al hombre, urge no olvidar a Dios que lo creó y lo hizo semejante a Él.
Hoy surgen otras tareas que son importantes y que afectan la hondura desde la que tenemos que hablar de la cuestión social, como son las relacionadas con la defensa de la vida. Vivimos tiempos en los que la ciencia y la técnica nos están brindando posibilidades extraordinarias para poder mejorar la existencia de todos, si es que sabemos usar correctamente todos los descubrimientos que se vienen haciendo. Pero siempre debemos recordar aquellas palabras de san Juan Pablo II cuando nos invitaba a ver en la vida la nueva frontera de la cuestión social (cfr. Evangelium vitae, 20). Nunca olvidemos esto: la vida, tal y como Dios nos la ha dado.
¡Qué belleza tan grande adquieren las páginas de la Biblia en las que se nos muestra cómo el trabajo pertenece a la condición originaria del hombre! Leámoslas con detención, entrando y llegando a la hondura con las que se describe lo que supone que el Creador plasmase al hombre a su imagen y semejanza y le invitó a trabajar esta tierra (cfr. Gn 2, 5-6). Tal como nos dice la Biblia, es verdad que, a causa del pecado, el trabajo se transformó en fatiga y sudor (cfr. Gn 3, 6-8), pero el proyecto de Dios sobre el trabajo mantiene su valor inalterado. Basta contemplar a Jesucristo semejante a nosotros, cómo dedicó años al trabajo. Necesitamos el trabajo para realizarnos, para hacer posible el desarrollo de nuestra sociedad, al verdadero bien de la humanidad, pero siempre sabiendo que el «trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo» (cfr. Laborem exercens, 6).
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid