A las puertas de la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, cuando en Madrid celebramos la Jornada Diocesana de Pastoral de la Salud y arranca la Campaña del Enfermo, deseo acercarme a todos los enfermos a través del Evangelio. En las descripciones de la intensa vida pública de Jesús, quiero contemplar sus palabras y obras de curación. Para poneros un ejemplo, me fijo en el Evangelio de Mateo: «Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el Evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt 4, 23). A la Iglesia se le ha confiado la tarea de prolongar en el tiempo y en el espacio la misión de Jesucristo. Nunca podrá desatender estas dos obras esenciales: la evangelización y el cuidado de los enfermos en el cuerpo y en el espíritu. Y aunque esto ha de ser obra y acción de todos los discípulos de Cristo, a través de los tiempos han surgido congregaciones que, en la hondura de su carisma, tienen el cuidado de los enfermos. Además, en todas las peregrinaciones que se hacen a santuarios marianos —entre otros, el de Lourdes— es invocada y venerada como la salus infirmorum (salud de los enfermos).
Por unos momentos voy a profundizar en el misterio del sufrimiento. En los viajes que, durante mi ministerio episcopal, he hecho con enfermos a Lourdes he visto en sus vidas y en las de quienes los acompañan la fe y la fortaleza que los sostiene en medio de las dificultades. En todas las ocasiones los he invitado a encontrar en el Señor el apoyo y el consuelo, con la intercesión de nuestra Madre la Virgen María. Veo en sus ojos y en las palabras que salen de sus corazones que encuentran fuerzas para vivir en la confianza y en la esperanza. Y siempre me vienen al corazón deseos inmensos de situarme y de situar a los enfermos ante el misterio de Dios. Pensemos en Cristo que nos asocia a su cruz; quiere que, a través de los enfermos, llegue una palabra de amor a quienes se cierran a vivir en un egoísmo vacío y no entienden que la vida verdadera está en Dios.
Es muy importante que en nuestro mundo, en nuestra cultura, descubramos que el esfuerzo por curar se ha de extender a todo ser humano, a toda su existencia. ¡Cuánto hemos de aprender sobre el concepto de atención sanitaria que hemos de tener! Tiene muchas dimensiones: va desde el cuidado del enfermo hasta los tratamientos preventivos, buscando el mayor desarrollo humano y favoreciendo un ambiente familiar y social adecuado. Por eso, la presencia de la capilla en los centros hospitalarios es importante tanto para los enfermos como para las familias que los acompañan. Es verdad que esta realidad se valora más cuando hay fe viva, pero, a lo largo de los años, me he encontrado con hombres y mujeres que tenían la fe dormida o que incluso no la tenían y, aun así, valoraron la presencia de un lugar de silencio y de compañía. ¿Por qué? Entre otras cosas porque la enfermedad es un momento de crisis y de seria confrontación con la situación personal para el enfermo y para su familia. Me atrevo a decir que, en los hospitales y clínicas, la capilla es corazón palpitante: para los creyentes lo es porque ahí está Jesús que se ofrece al Padre para la vida de la humanidad; para los que dudan o no creen lo es porque en el silencio encuentran paz y atrevimiento para hacerse preguntas.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid