«Que la música lleve a lo esencial, a ese sí fundante: que Jesucristo es mi Señor». Por eso, cuando Ana Moya se sienta ante un micrófono con su voz y su guitarra, lo que intenta es «acompañar con la música a la oración» y no que la música sea la protagonista. «Que la música esté al servicio de la oración».
Desde aquellos tiempos en los que una joven Ana aprendió a tocar la guitarra en la parroquia, integrada en la Acción Católica, hasta el día de hoy han pasado años, dos discos grabados y muchas adoraciones y Misas acompañadas.
Toda esta experiencia acumulada será la que comparta en el próximo Congreso de Vocaciones ¿Para quién soy?, del 7 al 9 de febrero de 2025. Ana está encargada del taller La Palabra y la música en clave vocacional, que impartirá en dos ocasiones, en sesiones de 50 minutos, acompañada por su párroco en San Fulgencio y San Bernardo, Pedro Lamata. «Necesito a alguien que lea, porque cuando me meto en modo música, me cuesta pasar a la palabra, a hablar».
En realidad, la vida de Ana no es la música — es trabajadora en la Universidad Eclesiástica san Dámaso —, pero es probable que no entendiera su vida sin la música. Ese primer disco que grabó, Todo es don, surgió en la parroquia, cuando un hombre que sí era músico se le acercó y se lo propuso. Eran canciones en su mayoría de Gonzalo Mazarrasa, «un autor que me fascinaba» entre otras cosas porque «tiene muchísimas canciones que son la Palabra de Dios pura y dura». «Cuando grabé ese disco, mi intención era que la gente rezara con él».

¿Música o silencio, letra o melodía?
Esto fue hace 30 años, y tras un período largo de actividad pastoral muy reducida, un día, ya en la parroquia de San Fulgencio, el entonces vicario parroquial, Alfonso Puche, le preguntó si le acompañaría en las adoraciones. «Pues sí». Y así es como se reenganchó. Tanto, que juntos grabaron un nuevo disco, A la otra orilla, hace ocho años y «ahora mismo mi pastoral es para cantar», pero «siempre para acompañar a la oración». Por eso dijo que sí a la invitación al congreso, porque era un taller. «No es dar teoría, en realidad va a ser una oración».
Allí trasladará lo que para ella es la música, que está «al servicio de la oración». «La música es como la llave que te abre el corazón para que la oración fluya más fácil». Lo que no quiere decir que no haya momentos de silencio en las adoraciones o que haya oración en silencio. «Depende del tipo de la oración», explica. «A mí también me encanta el silencio, también necesitamos el silencio», por ejemplo en la oración ante el santísimo.
«Pero es vedad que en las oraciones que son guiadas o comunitarias la música siempre nos ayuda, porque también hay que pensar un poco en todos, a lo mejor hay gente que el silencio le abruma o se queda muy perdido». Así, Ana sigue tocando un poco, con un pequeño arpegio, «pero eso ya sostiene el alma en la oración». Reconoce que se ha dado cuenta con los años de que «las canciones, cuanta menos letra, mejor; que diga lo fundamental para que lo fundamental vaya calando en el corazón».

A veces, va repitiendo una frase, «es importante dar tiempo a que las cosas, una palabra del sacerdote, de la lectura, repose». Y matiza que es repetir, «no rezar con eso, que sería una oración más de meditación, con tu inteligencia; sino que la música acompaña más esa oración del corazón, donde no importa tanto lo que entienda o no». «Es sentir esa presencia del Señor, adorarle, entregarle lo que eres, pedirle lo que necesitas, entrar en esa relación personal».
Ha habido muchos años, en el caso de Ana, «que mi oración era la música, y eso se nota; cuando alguien canta orando o cuando canta porque tiene que cantar». Este es el riesgo, «me da la sensación de que se entiende la música como un rellenar», algo que Ana percibe en estos tiempos. «En general se cuida poco la música, tiramos mucho de guitarreo».
Clave vocacional
Su taller será «en clave vocacional», algo que ella, como laica, entiende como «la vocación primera y fundante», que es «la fe en Jesucristo; «tú eres mi Señor»». Un sí primero que «todos tenemos que dar, que es el salto a “me fío de ti y confío en ti”; y luego hay un sí más concreto, un “ya me dirás lo que quieres y me tendré que volver a fiar”, casada, monja, misionera.. bendito sea Dios».
Es, continúa, «saberte hijo y aceptar a Jesucristo como mi Señor». Y en esta vocación «estamos todos»; «la oración nos sostiene ese sí primero, nos recuerda quién es el Señor, nos pone en su presencia, que Él es persona con la que hablamos, que interactúa conmigo…». Así, ante el Congreso, Ana lo tiene claro: «Mi objetivo es aportar mi granito de arena para que el Señor se haga presente».