Este 15 de noviembre celebramos la IV Jornada Mundial de los Pobres con el lema Tiende tu mano al pobre (cf. Sir 7, 32). El amor no admite excusas. Si somos discípulos de Cristo y deseamos amar como Jesús nos enseña y nos amó a nosotros, tenemos que hacer nuestro su ejemplo con todas las consecuencias. «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3, 18). Para nosotros estas palabras se convierten en un imperativo.
Al implantar la Jornada Mundial de los Pobres, el Papa Francisco quiere recordarnos con toda claridad que hay dos pilares que no podemos olvidar: que Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4, 10. 19) y que nos amó dándolo todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3, 16). Profundicemos en ello, sobre todo ahora que la pandemia que asola a la humanidad golpea especialmente a los pobres y está trayendo más pobreza. Necesitamos realizar una conversión en nuestra vida: pasa por encontrarnos con los pobres que están a nuestro lado, por mirarlos de frente y también por abrazarlos con obras. Solamente lo podremos hacer si experimentamos el amor que Dios nos tiene.
Recuerdo una meditación sobre este amor en unos ejercicios espirituales: Dios te ama, déjate amar por Él. Entre las cuestiones que se nos hacían estaba esta: «Descubre en tu vida datos concretos en los que puedas ver la evidencia de ese amor de Dios». Cuando uno experimenta el amor de Dios, queda inflamado por ese amor y surge el compromiso de dar y comunicar ese mismo amor a todos los que uno encuentra en el camino de la vida y muy especialmente a los abandonados. La percepción del amor gratuito de Dios nos lleva y nos impulsa a regalarlo. A pesar de las limitaciones y los pecados que tengamos, cuando acogemos la gracia y la misericordia de Dios, nos sentimos impulsados a amar a Dios y al prójimo. El amor de Dios nos hace salir de nosotros mismos.
Hay unas palabras que siempre me han llamado la atención y que podemos volver a escuchar y a meditar en esta Jornada Mundial de los Pobres: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (Sant 2, 14-17). Quizá en muchas ocasiones no hemos escuchado esta llamada con todas las consecuencias que tiene y hemos vivido una relación con Dios aparente, pero, si dejamos que estas palabras calen en nuestro corazón, nos crean tal dinamismo interior que nos llevan a abrazar a quienes más necesitan y a compartir con ellos lo que somos y tenemos.
Al hablar de la caridad política, Francisco nos recuerda que «solo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por tanto verdaderamente integrados en la sociedad» (Fratelli tutti, 187). A este respecto, qué importante es no olvidar el padrenuestro, esa oración que salió de los labios de Jesús: somos hijos de Dios y, por ello, hermanos de todos los hombres. No podemos dejar a un hermano fuera. Hemos de ser manos, cabeza y corazón que traen esperanza porque derraman el aceite del consuelo en todas sus llagas sufrientes. Siguiendo las huellas de Jesús, con su amor y su gracia, sabemos que se genera un cambio.
Siempre y de manera muy clara en este tiempo de pandemia, ojalá la Iglesia sepa entregar ayuda, apoyo y socorro a tantos pobres de nuestra sociedad:
1. Hagamos saber con la vida y el testimonio que Dios cuida a los pobres. Recordemos la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31). En el rico vemos la utilización injusta de las riquezas pensando solamente en satisfacerse a sí mismo, sin tener en cuenta de ningún modo al mendigo. El pobre representa a la persona de la que solamente Dios cuida. A diferencia del rico tiene nombre: Lázaro, que significa Dios le ayuda. Qué maravilla: quien no vale nada a los ojos de los hombres, es valioso ante los ojos de Dios. El texto manifiesta cómo la iniquidad terrena es vencida por la justicia divina. Es una llamada: si somos imagen de Dios, actuemos como tales.
2. No tengamos miedo: la opción por los pobres no es una ideología. Subrayaba el Papa Benedicto XVI que la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho hombre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. Cor 8, 9). Quien quiere ser compañero de Jesús tiene que compartir su amor a los pobres; nuestra opción por los pobres no es ideológica, sino que nace del mismo Evangelio.
3. Hagamos a los pobres protagonistas de su desarrollo, alentemos su esperanza. Para construir la fraternidad y la paz, conviene dar nuevamente esperanza a los pobres. ¿Cuántas personas y familias están afectadas en estos momentos por la crisis económica y social que apenas acaba de comenzar? Las palabras que tantas veces hemos escuchado de Jesús, «porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36), tienen una vigencia para nosotros permanente, pero hay momentos en los que estas realidades de la existencia humana aumentan y es más necesario salir a la búsqueda de quienes las padecen. San Juan Pablo II advertía de la necesidad de «abandonar una mentalidad que considera a los pobres –personas y pueblos– como un fardo o como molestos e importunos, ávidos de consumir lo que los otros han producido» e insistía en que «los pobres exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más próspero para todos» (Centesimus annus, 28).
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid
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