«¡No nos escondamos detrás del muro de la indiferencia!». Este es el grito que han elevado los representantes de todas las religiones este martes, 17 de septiembre, en la clausura del Encuentro Internacional Paz sin Fronteras en Madrid.
En el manifiesto leído en la plaza de la Almudena, muestran su preocupación por «las futuras generaciones» porque, en un contexto marcado por el consumo del «único planeta de todos como si fuera solo de algunos», por «la reaparición del culto de la fuerza y las contraposiciones nacionalistas» y por el terrorismo que «no deja de golpear a gente inerme», parece que «el sueño de paz se ha debilitado».
Frente a «la tentación» de pensar que problemas como las guerras, la seguridad, el calentamiento global, las migraciones o las epidemias se pueden solucionar «estando solos», reivindican –como han hecho durante estos dos días de encuentro– la fuerza del «diálogo» y la «cooperación».
Como uno de los primeros ámbitos en el que actuar, los líderes religiosos apelan «a los responsables políticos, a los más ricos del mundo, a los hombres y mujeres de buena voluntad» para que «proporcionen los recursos necesarios para evitar que millones de niños mueran cada año por falta de atención médica y para poder mandar a la escuela a millones de niños que hoy no pueden ir». «Será un signo de esperanza para todos», aseveran.
Las religiones, por su parte, se comprometen a «trabajar para la unificación espiritual que le ha faltado a la globalización únicamente económica», sin dejarse «utilizar por quienes sacralizan las fronteras y los conflictos», y ante todo, según han adelantado, seguirán rezando.
«Pedimos para nosotros y para el mundo el don de los ojos de Dios, que libran de la ceguera y permiten reconocer al otro como hermano. Le pedimos a Dios la fuerza paciente del diálogo, la capacidad de un lenguaje sabio y humilde que habla a los corazones y disuelve separaciones», concluye el texto firmado por los líderes a la vez que encendían velas de la paz.
Unos minutos antes, al anfitrión del encuentro, el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, ha tildado de «regalo» estos días en los que «hemos vivido y nos hemos animado a no ser islas, a no sembrar prejuicios, enemistades o condenas», sino que «hemos querido sembrar semillas de paz».
Con el compromiso de «hacer comprender que la fraternidad es el fundamento y el camino para la paz», el purpurado ha querido plantear unas bienaventuranzas especiales:
- Bienaventurados cuando escuchamos a quienes han sufrido en su carne la experiencia denigrante de la guerra, que muy a menudo viven a nuestro lado.
- Bienaventurados cuando descubrimos que la guerra constituye una grave y profunda herida que se inflige a la fraternidad entre los hombres, aunque se haga en lugares distantes a nosotros.
- Bienaventurados cuando, ante tantos conflictos en el mundo, ninguno de ellos los vivo desde la indiferencia, sino que afectan a mi vida.
- Bienaventurados quienes se sienten cercanos a quienes viven en tierras donde las armas imponen el terror, la destrucción, y les hacen sentir su cercanía.
- Bienaventurados los que, mediante la oración, el servicio a los heridos, a los que pasan hambre, a los desplazados, refugiados o viven con miedo, les hacen sentir su amor.
- Bienaventurados quienes, convencidos de lo que significa la paz para los hombres, hacen llegar a cuantos siembran la violencia y la muerte, la noticia y la llamada a que renuncien al exterminio del hermano.
- Bienaventurados quienes asumen las vías del diálogo y el encuentro, del perdón y de la reconciliación para construir a su alrededor la paz y devolver la confianza y la esperanza.
- Bienaventurados quienes dedican la vida a hacer descubrir que el enemigo es un hermano al que tampoco podemos exterminar, sino que debemos convencer que no niegue el derecho a vivir del otro y de una vida plena para todos.
Por su parte, el presidente de la Comunidad de Sant’Egidio, Marco Impagliazzo, ha pedido «que los hombres y las mujeres de religión asuman la tarea histórica y profética de romper las barreras y unir el mundo» valiéndose de «la fuerza débil de la oración, del diálogo y del encuentro».
Esa paz, ha detallado, «liberará del orgullo de la soledad y de la supremacía; llevará diálogo allí donde hay guerra; cooperación en la lucha contra las grandes pobrezas, y generará responsabilidad hacia tantos migrantes y refugiados que buscan casa en el mundo». «Dios nunca nos divide, sino que nos une», ha aseverado, antes de anunciar que la próxima edición del Encuentro de Oración por la Paz en el Espíritu de Asís se celebrará en Roma.
En la ceremonia también ha habido un minuto de silencio por todas las personas que sufren las guerras, la violencia y el terrorismo, y para ponerles rostro se ha oído la voz del padre Alejandro Solalinde, que trabaja por los migrantes en la frontera de México: «Nos avisan que algo del mundo ya se destruyó en los lugares de origen y que hay que buscar condiciones de vida integral, igualitaria e incluyente».